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Habían pasado ya varias semanas desde que comencé a trabajar en la revista y cada vez estaba más contenta con mi puesto de trabajo. Mis compañeras se habían vuelto prácticamente amigas y ya era común cada jueves y viernes al salir del trabajo quedar a tomar algo e ir a conocer algún bar nuevo de Madrid o, simplemente, quedarnos por la zona disfrutando y hablando de cualquier cosa.

La verdad es que había sido bastante sencillo y lo agradecía porque normalmente hacer amigos no era mi gran fuerte y me solía costar abrirme, tanto que muchas veces empezaba a estar a gusto en un sitio cuando todo terminaba, pero esta vez todo había sido demasiado fácil y desde el primer momento me habían incluido en sus planes y no me habían dejado que diera un no por respuesta. Además, el hecho de que la novia de una de mis mejores amigas estuviera en el grupo había ayudado bastante.

En cuanto a lo que era el trabajo en sí también estaba contenta. Marta y Begoña habían confiado en mí para varios artículos, después de aquel primero que me había encomendado la directora de todo aquello y que, al parecer le había gustado bastante.

La relación con ella todavía no la sabría definir completamente. Es verdad que después de haberla visto en varias situaciones un poco comprometidas en las que, sinceramente, me habría encantado abrazarla y consolarla más tiempo del que había podido, su carácter conmigo se había relajado, pero eso no significaba que, de vez en cuando, siguiera con sus salidas fuera de tono que me hacían poner algo nerviosa y ser más torpe de lo que ya era de por sí. Entendía que era su manera de mostrar autoridad y de hacer entender a la gente su posición, pero yo no era muy partidaria de aquello y sabía perfectamente que tras esa Marta borde y exigente se escondía una Marta insegura, sensible y que luchaba contra algún tipo de monstruo interior del que me gustaría saber más, pero del que sabía era difícil indagar y terminar encontrando aquello que tanto buscaba.

Aquel día, al salir del trabajo, Amelia me había llamado para quedar con ella un rato las dos a solas y la verdad es que agradecía también tener un momento así y poder hablar más detenidamente con ella. Decidimos quedar en un bar que quedaba relativamente cerca de mi casa y que habíamos frecuentado alguna que otra vez. Tenía un par de mesas en la terraza y el ambiente era bastante tranquilo, por lo que podríamos hablar sin problema y estar tranquilamente.

Así que, sobre las siete de la tarde, ya con todo listo y la multitud de papeles que, una vez más, mis compañeros se habían encargado de dejarme para que archivara y así librarse ellos del trabajo sucio, estaban ya bien clasificados, salí de aquel edificio en dirección al metro para intentar no llegar tarde a nuestro encuentro.

Media hora más tarde, ya podía ver a Amelia con una cerveza sentada en la terraza y saludándome con la mano para que me acercara hasta el lugar. Me senté en la otra silla que quedaba justo enfrente de ella y le hice un gesto al camarero para que me trajera lo mismo que bebía mi amiga en ese momento.

– Qué ganas tenía de un momento así, tranquilo, y más después del día de hoy, de verdad – confesé dándole un primer trago a la bebida y disfrutando de los rayos de sol que me daban directamente sobre el rostro. Aquello era la felicidad y no sabíamos apreciarlo realmente bien.

– ¿Un día duro? – me preguntó la morena – por irme preparando luego en casa si voy a tener la versión cabreada de Luisita.

– Puedes estar tranquila, creo que su día ha ido mejor que el mío, ha tenido la suerte de irse unas cuantas horas de allí para hacer una entrevista a cierta cantante de moda – respondí entre risas.

– Uy, entonces me espera la Luisita enamorada y que no va a parar de hablar de lo guapa y maja que ha sido, me lo estoy esperando ya.

– Seguro – afirmé yo sin ninguna duda.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora