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No sé de dónde me había salido la valentía, pero después de ese momento sentía que tenía que hacerlo. Las ganas se habían apoderado de mí y es que Marta era la persona perfecta, ya no solo por su belleza, si no por todo lo que desprendía y por esa personalidad que sentía que arrollaba todo de mí a su paso.

Después de decirle aquello, Marta usó también sus manos para tener más cerca mi rostro y volvió a besarme, nuestras lenguas se encontraron en aquel segundo contacto más intenso y que terminó con nuestras respiraciones agitadas una vez nos separamos y nos miramos fijamente a los ojos.

— Me tengo que ir — aquello me dejó un poco descolocada porque ahora había sido ella la que había querido el beso y, sin embargo, decidía marcharse.

— ¿Te acompaño? — pregunté contrariada.

— No, tranquila — dijo ella — Nos vemos el lunes en la oficina.

Y se marchó dejándome con el sabor de sus labios y una sensación demasiado rara que me dejó sin dormir apenas en todo el fin de semana.

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El lunes cuando me sonó la alarma sentía como si hubiesen pasado dos semanas desde el sábado. Estaba cansada, me dolía la cabeza de lo poco que había dormido y me sentía un poco agotada mentalmente y es que es curioso como al final una sola persona puede cambiarte el ánimo tanto para bien como para mal.

Le había mandado varios mensajes a Marta para saber si estaba bien y tan solo me había respondido con monosílabos a los que no había querido seguir contestando para no parecer más tonta de lo que ya me sentía. Amelia y Luisita habían querido quedar conmigo el domingo un rato para dar una vuelta, pero había rechazado el plan porque lo único que me había apetecido era tirarme en la cama escuchando música y recreándome en aquel momento en el que había sido tan feliz por unos segundos.

Estuve a punto de fingir una enfermedad o algo para no tener que ir a trabajar, pero decidí ser una persona adulta y funcional. Me fui directamente a la ducha para poder despejar un poco mi cabeza y, cuando quise terminar, ya era casi la hora de salir se casa si no quería llegar tarde por primera vez.

Llené mi termo con café, comprobé que llevaba lo más importante y bajé corriendo a la boca del metro. Un día más, los vagones estaban a rebosar, por lo que me puse los cascos e intenté omitir a los señores de al lado que cada vez tenía más cerca. Al menos, en pocas paradas estaba ya saliendo y volviendo a oler aire fresco.

Al final, me sobraban cinco minutos y me dije a mí misma que tenía que empezar a dejar de agobiarme por el tiempo o iba a terminar mal. Subí por el ascensor y, cuando llegué a la oficina, tan solo se veía la luz del despacho de Marta al fondo y una compañera de edición que me saludó con la mano al verme.

Me senté en mi sitio, encendí el ordenador y, al entrar en mi correo, vi que tenía un mensaje de mi jefa en el que me citaba a las once de la mañana para continuar con nuestro reportaje. Volví a mirar de nuevo hacia su despacho y giré la cabeza enseguida para no ser demasiado obvia.

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— Fina, ¿qué tal? — Carmen llegó con una sonrisa como solía hacer siempre y se acercó a mi mesa — He traído croissants porque ya que es lunes, habrá que intentar llevarlo de la mejor manera posible.

— Eres la mejor — le dije cogiendo uno, no tenía demasiada hambre, pero aquel olor estaba despertando a mi estómago.

— Me lo suelen decir bastante — contestó con risas — Uy, tienes carucha, ¿has estado mala este finde?

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora