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Es verdad que siempre solía madrugar, pero lo cierto es que aquella noche apenas había podido dormir. El pensar que aquel día iba a quedar con Fina, íbamos a ir a uno de mis bares favoritos e íbamos a estar las dos completamente a solas me había puesto demasiado nerviosa y es que yo podría aparentar ser una mujer fría y sin emoción alguna, pero aquello era mentira y, si decía la verdad, pasar una tarde con Fina había alterado todo mi sistema nervioso.
Había salido a correr sobre las ocho de la mañana intentando calmar el estado de mi cuerpo, después había desayunado tranquilamente, aprovechando el buen tiempo, en la terraza de uno de los bares que tenía cerca de casa con un libro que me había regalado Begoña recientemente, pero, la verdad es que por muy interesantes que fueran aquellas palabras de Rosa Montero, en aquel momento no era capaz de concentrarme en ello. 

La mañana se me hizo prácticamente eterna, apenas quise escribir a Fina que seguramente sí que estaba aprovechando la cama, no como yo, y terminé llamando a Begoña que se terminó presentando en mi casa para atender mi urgencia y ayudarme con qué ponerme, cómo maquillarme e incluso temas de conversación. Tuve que invitarla a comer para compensar todo aquello y, finalmente, a las seis y media, ella se fue a su casa y yo en dirección al bar en el que había quedado con la morena. 

Decidí ir andando hasta allí para poder despejar mi mente y es que, aunque no lo fuera, me estaba tomando aquel encuentro como si se tratara de una primera cita.

Llegué antes de la hora y decidí esperar a Fina en la puerta, la morena no se hizo mucho de rogar y apareció por allí con un vestido de manga larga, un poco entallado y que realzaba sus curvas por completo, acompañado de unas botas altas de cordones. Se había ondulado un poco el pelo y estaba simplemente preciosa. 

— Hola — Fina se aproximó lentamente, como no sabiendo que hacer y terminó dándome un beso en la mejilla que hizo que mi cuerpo se electrizara. 

— Estás muy guapa — le dije yo porque era imposible no fijarse en ella aquella noche. 

— Tú tampoco te quedas atrás, este traje no te lo había llegado a ver. 

— Es para ocasiones especiales — bromeé — ¿Entramos? 

— Sí, quiero ver el lugar pijo al que me has traído. 

— No es pijo, además es bastante moderno. 

— Ahora lo veremos — respondió ella entre risas. 

Entramos y por su mirada pude ver que se quedaba fascinada con el decorado del lugar. Los cristales que adornaban las lámparas, las velas, las figuras, aquel sitio para mí era maravilloso y en el momento en el que Fina aceptó supe que tenía que ser allí donde teníamos que ir. 

— ¿Te gusta? — le pregunté. 

— Es precioso, Marta, parece un lugar de cuento. 

— Me alegro, sabía que te iba a gustar. 

— Uy, un poco creída tú, ¿no? — bromeó. 

— Y tú muy graciosilla — respondí mirándola con intenciones. 

El camarero nos acompañó a nuestra mesa y quedamos una enfrente de la otra. Una vela alumbraba en el medio de la mesa creando una atmósfera quizás demasiado romántica, pero en aquel momento tampoco me importaba demasiado. 

— ¿Has podido dormir al final? — pregunté mientras cogía la carta que nos ofrecían. — Porque si te soy sincera, yo he dormido más bien poco. 

— Poquito, estaba nerviosa, la verdad — confesó. 

— ¿Tanto te impongo? — bromeé. 

— A ver, no dejas de ser mi jefa, tú verás. 

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora