Capítulo 12

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JongIn

Últimamente, no había manera de que me concentrara en el trabajo y todo era una mierda. Este manuscrito no iba a editarse solo. Sin embargo, por mucho que lo intentara, no podía dejar de pensar en KyungSoo: en su forma de gemir en mi boca cuando nos besábamos, en la sensación de su piel mientras le masajeaba la espalda. Lo feliz que parecía cuando me miraba desde aquella silla en medio de la pista de baile, justo antes de que me acojonase. Fue como si la Policía de la Felicidad hubiese venido y me hubiese arrestado el cerebro. Nuestro tiempo juntos había sido increíble hasta ese momento. Y, ahora, cuanto más intentaba expulsar de mi mente los pensamientos sobre KyungSoo, más pensaba en él. Todo era un desastre.

—¡JongIn!

El estómago se me encogió cuando pensé que alguien había dicho su nombre, pero era mi compañero de trabajo, ChanYeol, que se acercaba a mi despacho.

—¿Qué pasa? —dije mientras me giraba.

La adrenalina de haber oído su nombre seguía bombeando en mi interior.

—Vamos a salir a comer, ¿quieres venir?

—No, comeré aquí, en mi mesa. Gracias.

Traducción: no tengo ganas de hablar con nadie y prefiero sentarme aquí y lamentarme sobre el hecho de que me he comportado como un cobarde y he expulsado de mi vida a lo mejor que me había pasado jamás.

—¿Estás bien? Pareces un poco ido.

—Estoy bien —espeté.

Se encogió de hombros.

—Como quieras. Nos vemos luego.

Cuando se marchó, tamborileé el bolígrafo con frustración mientras seguía rumiando si había hecho lo correcto al alejarla de mí. Lo cierto es que sentía que le había hecho un favor, aunque eso no me impedía echarlo de menos. O querer contactar con él, lo que habría sido una decisión egoísta teniendo en cuenta lo mal que se me daban las relaciones. KyungSoo era de esos chicos con los que no se juega. Aun así, no pasaba un día en el que no tuviera que esforzarme para no enviarle un mensaje y preguntarle cómo estaba. Pero cada vez que buscaba su contacto en el teléfono, acababa descartando la idea y me decía que era mejor dejar las cosas como estaban.

Esa misma tarde, estaba a punto de dar por terminada la jornada cuando vi un correo electrónico en mi bandeja de entrada. Reconocí el nombre. Era el columnista de consejos a la que KyungSoo había escrito. Mierda. ¿Qué demonios...? ¿Le seguía escribiendo? Eso tenía que significar que estaba molesta o triste por algo. Y, además, ¿por qué diantres seguía enviando las respuestas a la dirección equivocada? Genial. Ahora tendría que interactuar con él para reenviarle el mensaje. O quizá esta vez le diría al columnista (no tan amablemente) que se lo había enviado a la persona equivocada de nuevo y dejaría que él mismo corrigiera el error.

Así que lo ignoré un rato, durante dos tazas de café, una reunión telefónica y tres capítulos del manuscrito que estaba editando.

Al final, me aparté del escritorio y me tiré del pelo con ambas manos. A la mierda. La curiosidad me pudo y, sí, abrí el correo electrónico. Enseguida supe que el destinatario no era KyungSoo, sino yo.

Querido imbécil:

En primer lugar, permíteme que te diga que estaría de patitas en la calle si Ida supiera de esta violación de la confidencialidad, pero viendo que eres la única razón por la que tengo que escribir esta respuesta, imagino que ya sabes de qué se trata: lo que hiciste. O lo que no hiciste. Como prefieras verlo. Lo que quiero decir es que nada de esto será nuevo para ti.

Es una pena. Esta podría haber sido una bonita historia. Dos personas se conocen porque sus direcciones de correo se cruzan, se enamoran, bla, bla, bla. Las cosas iban muy bien con él hasta que la fastidiaste. En serio, ¿por qué los hombres siempre tienen que llegar y arruinar algo bueno con su estúpido comportamiento?

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