Castigo

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El comedor de los Jeon-Kim era una sala imponente, con altos techos y candelabros que colgaban pesadamente, iluminando la mesa larga y decorada con finos manteles y elegantes cubiertos de plata. La familia estaba sentada en sus asientos habituales, la tensión palpable en el aire. El patriarca de la familia, el señor Jeon, cortaba su carne meticulosamente, su mirada fija en Seokjin.

—Seokjin, oí todo lo que pasó con el hijo de Kim —dijo el señor Jeon, su voz resonando con autoridad en la sala—. También me dijeron que llevaste a una pobre anciana al hospital.

Seokjin, que había estado jugando nerviosamente con su comida, levantó la mirada rápidamente, tratando de mantener la compostura.

—Eso es un malentendido —se defendió, su voz temblando ligeramente.

El señor Jeon levantó una ceja, dejando sus cubiertos a un lado con un movimiento calculado.

—Pues la chica que fue a gritarme en mi oficina sobre cómo mi hijastro era un asco de persona sonó muy convincente.

Seokjin se tensó, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una respuesta. Jungkook, sentado a su lado, se inclinó hacia adelante, su voz firme y protectora.

—¿Le crees más a una desconocida que a Seokjin? —preguntó Jungkook, su mirada fija en su padre—. Ella miente.

El señor Jeon suspiró, su paciencia claramente agotada.

—Como sea, ya pagué el costo del hospital para mantenerla callada —dijo, volviendo su atención a Seokjin—. ¿Por qué siempre eres un idiota, Seokjin?

Seokjin sintió la ira burbujear dentro de él, pero antes de que pudiera detenerse, las palabras salieron de su boca.

—No lo soy.

El silencio que siguió fue ensordecedor. El señor Jeon se levantó lentamente de su asiento, sus ojos llenos de furia.

—Entonces, ¿soy yo el idiota, no? Por criarte.

Seokjin apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el señor Jeon se acercara a él, tomándolo por el pelo y tirándolo hacia el suelo. Jungkook se levantó de inmediato, el miedo y la desesperación reflejados en sus ojos.

—¡Papá! —gritó Jungkook, arrodillándose junto a Seokjin, cuya mejilla estaba ahora ensangrentada por la bofetada recibida.

El señor Jeon empujó a Jungkook a un lado, tomando a Seokjin por las muñecas y arrastrándolo hacia la cabina de tortura.

—¡Déjalo! —suplicó Jungkook, su voz quebrándose—. Golpéame a mí, papá, por favor. ¡Te lo ruego!

El señor Jeon se detuvo, una sonrisa cruel curvando sus labios.

—De hecho, tengo el castigo perfecto —dijo, soltando a Seokjin solo para lanzar a Jungkook contra la pared y amarrado sus manos con cintas de cinturón pegadas en la pared —. Tu castigo, hijo, será ver cómo tu amado Seokjin y yo estamos juntos.

El horror se reflejó en los ojos de Seokjin mientras trataba de levantarse, pero el señor Jeon lo empujó de nuevo al suelo con fuerza, su cabeza golpeando contra el piso de mármol.

—¡Ni se te ocurra moverte! —gritó el señor Jeon, su voz cargada de amenaza.

Seokjin, sintiendo el dolor punzante en su cabeza y el sabor metálico de la sangre en su boca, miró a Jungkook con ojos desesperados. Jungkook, atrapado entre la desesperación y la impotencia, extendió una mano temblorosa hacia Seokjin, susurrando con voz rota:

—Vete.

Pero el señor Jeon no estaba dispuesto a permitir ninguna fuga. Su pie pesado pisó el torso de Seokjin, manteniéndolo en el suelo.

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