24 Las tormentas

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5 años de casadas.

   Llevamos cinco felices años juntas, durante ese tiempo nació una pregunta importante ¿Queremos hijos?

    —La verdad que no me veo siendo madre, tuve que cuidar muy joven de Savannah, pasar por el orfanato. No es lo mío ser mamá. ¿Tú quieres?

   —Lo quise hace algunos años, pero me gustan más cuándo son ajenos —ambas reímos—. Disfruto de nuestra vida así, aparte podemos mal criar a los hijos de Helen y Tes, y ahora que viene en camino el primer hijo de Savi y Dex creo que vamos a estar bien ocupadas cuidándolo, Savannah con los turnos del hospital no va a poder cuidarlo, Dexter es algo inútil y llora con facilidad —le golpeo el brazo—, es cierto y las únicas que quedan disponibles a los cuales les confiaría su hijo es a nosotras.

   —Me alegra estar en la misma pagina —me acerco y colocándome sobre ella en el sillón y la beso— ¿Te dije lo mucho que te amo hoy?

   —No, y mira a la hora que me lo dices son las 9 p.m. ¿Te parece conejita?

   —Si te dije que te amaba.

   —Bueno quizás se me olvidó, recuérdamelo de nuevo, por favor —mete sus dedos por la orilla de mi camiseta y comienza a subirla, sonrió y la beso.

   A los 9 años tuvimos nuestra primera crisis fuerte, el paso del tiempo, el trabajo, la rutina, fueron haciendo mella en nosotras, nos fuimos alejando de a poco y cuando quisimos alcanzarnos, habíamos naufragado la una tan lejos de la otra que pensamos que tal vez había un punto de no retorno.

   —Estoy cansada de discutir sobre lo mismo cada día Liesel, estoy harta. Ya te he dicho que no me gusta ella.

   —Ni siquiera quieres salir conmigo a cenar, o a sacar a Electra, no quieres pasar tiempo conmigo y soy tu esposa, te recuerdo que seguimos casadas.

   —¡Porque quieres hacerlo luego de discutir o los días que llego más agotada! Es solo una amiga ¡¿Cómo te lo tengo que explicar?! Aparte está casada con hijos. Tus celos son absurdos.

   —Ah, osea que si no estuviera casada...

   —Estás siendo una imbécil. Jamás te sería infiel y los sabes.

   —Serian celos absurdos si de los siete días a la semana, no te pasarás cinco en la casa de tu amiguita.

  —¡¿Quierés saber de que hablo con Pauline y Juliana?! ¡Les hablo sobre mi esposa, sobre la mujer que ha dejado de verme con amor, sobre la mujer que se la ha tragado la rutina y ya ni siquiera tiene detalles románticos, que no quiere hacer el amor conmigo, que no me ve y encima ahora se la tragan los celos! ¡Eres increíble Liesel!

   «¿En qué momento dejamos de ser una con la otra, para ir la una contra la otra?»

   —¡¿Yo?! ¡¿Qué de hay de ti?!

  —Lo intento cada día. Te he invitado a cenar, no quieres, preparé el desayuno para las dos y prefieres dormir un rato más, me acerco e intento tocarte y me frenas diciendo que estás cansada. ¿Qué te pasa? ¿Qué quieres?

  —Un tiempo —el silencio se instala entre ambas—, necesito un tiempo, necesitamos un tiempo y pensar...

   Comienzo a llorar, yo no necesito un tiempo para saber que la amo, no necesito estar lejos de ella para entender cuánto me dolería perderla, ya casi la perdí una vez, pero si ella quiere irse, si quiere tomarse un tiempo de nuestro matrimonio y relación, prefiero que se vaya. Me saco el anillo y aunque se lo quiero tirar en la cara enojada, no lo hago.

  —Deja tu anillo cuándo salgas —comienzo a llorar y ella me mira—. A mí no me hace falta estar lejos de ti para saber que te amo y que no quiero perderte, ya te perdí una vez Liesel. Si vas a hacer esto, de nuevo, hazlo ahora. ¿Quierés un tiempo? Bien. No quiero que estés en casa cuándo llegue. Tómate el tiempo que quieras y si —el llanto no me deja hablar—, y si ya no quieres estar conmigo tendrás que tener ovarios y decírmelo de frente. Pero no te quiero de nuevo frente a mí, al menos que hayas tomado una desición.

La coleccionista Donde viven las historias. Descúbrelo ahora