37. Ataque en la noche

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Mizar y Alcor se alejaron unos pasos y desplegaron las alas de sombra. Sus corazones, en sincronía, latían con fuerza. Habían sido días de duro entrenamiento, pero aún estaba todo por hacer.

Un soplo de viento acarició sus rostros. Mizar se ajustó los guantes de control y, al moverse, sintió el peso de la pistola de energía pulsada a su costado. Alcor apretó el cierre del casco.

Se miraron con determinación: no había vuelta atrás.

—¿Lista? —preguntó Mizar.

Su voz sonó firme, a pesar de la tensión en el estómago.

—Lista —respondió Alcor.

Con un gesto sincronizado, salieron disparadas hacia el cielo oscuro. La subida vertical fue un suspiro de vértigo que duró varios segundos. Después buscaron la horizontalidad para que las alas de sombra capturaran el aire. Enseguida se estabilizaron. El sonido del viento silbaba a través de sus cascos, el paisaje se extendía bajo ellas como un océano mudo.

Volaron durante dos horas largas, en silencio, hasta que la torre BMP4 empezó a vislumbrarse en la distancia, iluminada de forma intermitente por potentes reflectores; tan pequeña que parecía una de las figuritas de Señor.

—¿La ves? —dijo Mizar a través del intercomunicador.

—Sí —respondió Alcor.

Poco a poco, la torre se fue convirtiendo en lo que era: un gigantesco bastión de defensa.

—Empezamos protocolo de sombra —murmuró Mizar.

Las chicas activaron el sistema de camuflaje avanzado de sus trajes. Al instante, se volvieron invisibles al ojo e indetectables al radar. A partir de ese momento, solo se podrían ver entre ellas a través del visor del casco.

El zumbido de los propulsores era apenas audible mientras se deslizaban por el aire.

El paisaje se convirtió en un desierto que se extendía bajo ellas, un vasto mar de arena y roca.

Cada movimiento que hacían era calculado, cada ajuste en las alas respondía con precisión a las corrientes de aire.

El paisaje se transformó lentamente, pasando de dunas suaves a un terreno escarpado y rocoso. Las sombras de las nubes se desplazaban por el suelo, creando patrones efímeros.

Mizar comprobó los datos en su visor para asegurarse de que el camuflaje seguía funcionando. Las lecturas de los sensores confirmaban que estaban en curso, manteniendo una formación cerrada y sincronizada.

De repente, cuando estaban a unos quinientos metros, una luz roja se encendió en el casco de Alcor.

—Problemas —dijo esta.

—Es una barrera de energía —gritó Mizar—. Elevamos altitud.

Las chicas subieron hasta sobrepasar las nubes. Mizar estudió la situación. Su experiencia como piloto de drones tenía que servirle.

—Penetraremos por un poro —dijo por el intercomunicador.

—¿Por dónde? —Alcor no daba crédito.

—Por un agujero en la barrera.

—Es una locura. ¡Los escudos de protección no tiene agujeros!

—Fíjate, los drones entran y salen de la barrera por ciertos puntos. Son lo suficientemente pequeños para que pase un dron, pero una nave de ataque no cabría nunca. Lo hacen para no tener que estar conectando y desconectando la barrera a cada momento.

Alcor observó un rato. Le pareció que la teoría de Mizar podía ser cierta.

—Pero con las alas abiertas —objetó—, somos mucho más anchas que un dron.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora