45. A través de los túneles

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Señor y DC4 avanzaban por los túneles del barrio de Vega. Las paredes estaban cubiertas de grafitis y manchas de humedad. Las luces parpadeantes en el techo proyectaban sus sombras contra el suelo. De vez en cuando, un vehículo les sobrepasaba cegándoles por unos segundos.

—Podríamos coger el autobús —murmuró Señor—. No llegaremos nunca.

—Tendríamos que identificarnos —dijo DC4—. No es posible.

—Me duelen las piernas.

—Solo un poco más.

—Vale, pero a partir de ahora, yo marco la ruta.

Antes de que el robot pudiera protestar, Señor tomó la iniciativa. Conocía algunos atajos que ni siquiera un robot era capaz de planificar.

Después de dos horas, el niño se detuvo delante de una oxidada puerta de metal.

—¿Dónde me has traído? —preguntó el robot.

—Esta es la casa de Mizar. ¿Crees que estará vigilada?

—Seguro. Lo mejor es que no entremos.

Señor asintió.

—Tienes razón.

Levantó la mirada con una extraña nostalgia, como si hubiera sido su hogar de toda la vida.

—Vamos —dijo DC4, tirándole de la mano.

—Sí.

Amparados por las sombras, reemprendieron la marcha.

—Háblame de los Oriones —murmuró Señor, al poco.

DC4 tardó unos segundos antes de responder.

—Son seres desencarnados, almas atrapadas entre la vida y la muerte.

El niño frunció el ceño.

—Pero ¿de dónde salieron?

—Según se cuenta, perdieron una antigua batalla y fueron condenados a vagar sin un cuerpo físico. Se dice que su existencia es un tormento eterno.

—¿Y qué buscan?

El robot giró la cabeza.

—Supongo que en el fondo lo mismo que todos: redención.

Un pesado autobús les adelantó. La corriente de aire hizo que el robot se tambaleara. Señor lo cogió del brazo.

—Gracias.

—De nada. —El niño hizo una pausa—. ¿Has dicho una batalla?

—Sí.

—¿Podría haber sido contra Ren?

DC4 emitió un leve zumbido mientras procesaba la información.

—Es posible. Pero la historia ha sido borrada. No hay manera de saberlo.

—Hay una manera —dijo Señor.

—¿Cómo?

—Es posible que los Oriones recuerden su historia.

Los ojos de DC4 se iluminaron.

—Sí, es posible.

Señor sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.

—¿Crees que nos ayudarán? —preguntó, tratando de mantener la voz firme.

DC4 se cogió del dedo gordo de Señor.

—Si podemos mostrarles que nuestra causa es justa, quizás. Pero debemos ser cautelosos. No son seres a los que se pueda persuadir fácilmente.

Señor asintió. DC4 se detuvo.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora