41. La alianza de los rebeldes

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La luz del atardecer teñía el cielo de tonos anaranjados, creando un contraste con la espesura del bosque a lo lejos.

Elara, delante de la cabaña, escrutaba el horizonte. El viento soplaba, amable. Los cabellos de la chica dibujaban líneas en el aire; su corazón latía con fuerza mientras esperaba la llegada de los cuatro capitanes rebeldes. Para no levantar sospechas, les había pedido que aparcaran sus naves a una distancia prudencial y que llegaran sin ningún tipo de escolta. Pero la verdad es que no tenía ni idea de si habrían accedido a sus peticiones. Cada uno era señor de su territorio. No aceptaban órdenes de nadie. Moverse sin protección implicaba un gran riesgo.

Señor se acercó a ella desde la puerta.

―¿Nada?

―Nada todavía.

―Quizás no vengan.

―Vamos, Señor, vuelve dentro.

―¿Por qué?

―Es mejor que cuando lleguen, solo me vean a mí.

―Vale.

El niño entró de nuevo en la cabaña. Elara esperó otra media hora. A medida que pasaban los minutos, sus músculos se iban tensando. ¿Y si Señor tenía razón? ¿Quién era ella al final? Nadie la había elegido como capitana de ninguna improbable revolución. Las circunstancias habían hecho que perdiera la cordura. Se acarició la barriga y sintió una tremenda desesperación. Lo más probable es que Haldeck estuviera muerto y que nadie quisiera levantar un dedo.

Elara dio una repentina patada en el suelo y se levantó una nube de polvo. A través de esta, muy pequeña, se divisó la primera figura en la distancia. Era Kael, el capitán del norte. Su silueta imponente se destacaba contra el cielo, caminando con determinación. Su abrigo largo ondeaba detrás de él. A medida que se acercaba, Elara pudo ver el brillo de sus ojos azules y las cicatrices que marcaban su rostro.

Poco después, por el camino del sur, apareció Lyra. La capitana avanzaba con pasos ágiles y decididos. Sus cabellos rizados brillaban bajo la luz del sol poniente. Su mirada tan intensa como el fuego del sol a sus espaldas.

Desde el este, Rigel se aproximaba con paso decidido. Su figura esbelta y su cabello largo atado en una cola baja le daban un aire de intelectualidad. Sus ojos verdes analizaban cada detalle del entorno mientras se acercaba.

Finalmente, Mira llegó desde el oeste. Su presencia era fuerte y serena. Caminaba con elegancia y firmeza, sus cabellos oscuros ondeando al viento. Sus ojos grises se cruzaron con los de Elara, y llenaron de esperanza el corazón de la joven rebelde.

Los cuatro capitanes se encontraron a unos veinte metros de Elara.

Encajaron las manos y formaron una línea. En esta formación, avanzaron en dirección a Elara.

Durante unos segundos, la chica tuvo la impresión de que el tiempo se detenía.

Cuando los tuvo a diez metros, dio un paso adelante y respiró hondo para calmarse. Sabía que la llegada de Los Cuatro marcaba el comienzo de una nueva fase en su lucha por la libertad.

Los capitanes se detuvieron. Elara les sonrió.

―Por fin nos conocemos ―dijo Lyra.

―Sí ―dijo Rigel―. ¿Hacen falta las presentaciones?

―¿Por qué no? ―dijo Mira, encogiéndose de hombros―. Soy la capitana del oeste: Mira.

―Rigel, capitán del este.

―Lyra, capitana del sur.

―Kael, capitán del norte.

Las palabras resonaron bajo el cielo artificial que empezaba a oscurecer.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora