28.NOCHE. El rescate

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Señor estaba quieto en la acera. Delante de él, la comisaría se alzaba contra el cielo artificial. Si su plan era correcto, tendrían una oportunidad para que el dron se acercara hasta la celda de Alcor.

El niño dio un paso adelante, luego se paró. Parecía que dudaba, pero luego reemprendió la marcha. Dentro de la chaqueta, escondido, llevaba a Gobolino. Nadie se había dado cuenta. No había pedido permiso. Estaba seguro de que, si lo hubiera hecho, le habrían dicho que no. Le acarició la cabeza y el animalito ronroneó.

No podía demorarse más, así que avanzó hasta quedar a escasos centímetros del escudo protector y alargó un dedo. Inmediatamente, saltó una alarma y los disparadores automáticos se movieron hasta dejarlo encañonado.

Señor sonrió. Sabía que en estos momentos estaban escaneando su rostro. La primera cosa que les saldría es que era menor y que, por tanto, no podían hacerle daño así como así. La segunda cosa que era que lo estaban buscando. Y que era un sin techo.

Tres agentes, fuertemente armados con pistolas, salieron a su encuentro.

―¡No te muevas! ―gritó uno de los policías.

―Vengo a hablar ―respondió Señor.

Entre los tres agentes se abrió paso Banjo. No iba armado. Forzaba una sonrisa que trataba de ser amable, pero que, en realidad, acentuaba su parte canina.

―Te hemos estado buscando ―dijo.

―Estaba asustado. Solo quiero contaros lo que pasó. No he hecho nada malo.

Banjo acercó la boca al intercomunicador que llevaba anclado a la solapa de su abrigo.

―Todo controlado ―murmuró―. Dejadlo pasar.

En breves instantes, el escudo de defensa se desactivó.

***

Haldeck dio un codazo a Mizar. Esta accionó mentalmente los aceleradores del dron. La velocidad no tuvo nada que ver a lo que estaba acostumbrada. «Normal», pensó. Al fin y al cabo, los drones del ministerio son prototipos de última generación. El antro al que la había llevado Haldeck parecía más un sótano de torturas que una sala de pilotaje. Pero eso ahora no importaba. Lo que realmente contaba es que se acercaba con un dron invisible a la comisaría donde estaba Alcor. Eso y que el escudo protector acababa de caer.

A la máxima altura posible, Mizar cruzó el escudo y se dejó caer en picado hasta el techo de la celda de Alcor. Lo colocó justo en el centro de la ventana y bajó las patas hasta que el emisor de ondas que le habían adjuntado tocó el ATR.

***

―Niño, mueve el culo ―dijo Banjo―. No tengas miedo.

Señor calculó que el dron ya había tenido tiempo suficiente para pasar. En caso contrario, toda la misión se iría a la mierda. En cualquier caso, no podía seguir quieto sin levantar sospechas. Así que empezó a andar a pasitos cortos.

Cuando atravesó el perímetro de la comisaría, el escudo protector volvió a activarse con un zumbido grave.

Señor se giró y miró detrás de él. Un ligero refulgir verde indicaba que el campo energético estaba ahí, a pesar de que era casi translúcido.

Banjo se puso de rodillas y lo agarró de los hombros. Su cara había quedado a la altura de la del niño.

―Muy bien, Señor. Así es como te llaman, ¿verdad? ¿Te gustaría saber tu nombre verdadero?

Señor se quedó petrificado. ¿Qué sabía aquel tipo grandote sobre él?

―Si me cuentas lo que pasó ―prosiguió Banjo―, yo también juro decirte algunas cosas interesantes.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora