39. No estamos solos

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Elara sostenía una taza humeante entre las manos. Su mirada estaba fija en el fuego crepitante. A su lado, DC4 permanecía inmóvil. Su superficie metalizada reflejaba las llamas del fuego en constante movimiento. En el suelo, con la cabeza recostada en una almohada, Señor dormía, ajeno a todo.

«Tardan demasiado», pensó Elara. Era una idea que hacía un buen rato que se le cruzaba por la mente como un insecto hambriento de sangre. Algo tenía que haber salido mal, la misión no había ido bien, si no, ya estarían de vuelta. Además, si hubiesen conseguido su objetivo, era probable que ya hubiera empezado a cambiar algo, pero todo seguía igual. No se divisaban aviones de reconocimiento, ni drones, ni luces en la lejanía. La misma tranquilidad de siempre.

Elara esperó hasta que salieron los primeros rayos del sol. Entonces salió al exterior de la cabaña, caminó unos metros y miró a un horizonte que nacía. Nada. Bajó la mirada hasta la barriga, y con una mano la acarició. Una lágrima rodaba por su mejilla. Nunca había pensado en que su hijo pudiera nacer huérfano de padre y ahora esto era posible. Al pensamiento negativo, siguió otro de positivo: no tenía que precipitarse. Solo era una posibilidad. De nada le serviría recrearse en lo malo, pero el silencio de la mañana no presagiaba nada bueno.

Elara notó que algo tiraba de su vestido. Bajó la mirada y vio a DC4. Se había situado a su lado y, con sus ojos artificiales, escrutaba el horizonte.

―Ves algo ―le preguntó Elara.

―Nada.

Se mantuvieron en silencio durante unos minutos.

―Sé lo que estás pensando ―dijo, finalmente, el robot.

Elara suspiró.

―DC, ¿tienes alguna manera de saber si siguen vivos?

El robot movió la cabeza de arriba abajo.

―No. ―Hizo una pausa―. Pero lo estaban hasta hace poco.

―¿Qué? ―dijo Elara, girándose.

―Hemos estado en contacto.

―¿Cómo? ¿Cuándo estaban dentro también?

―Sí.

Elara se puso de rodillas y agarró a DC4 de los hombros.

―¿Qué sabes? ¡Habla!

Los ojos del robot bajaron de intensidad.

―Me haces daño.

―Perdona.

Elara soltó al robot.

―Gracias.

DC4 le contó con detalle a Elara lo sucedido en la sala del Mirage 4000. Cuando terminó, la chica bajó la vista.

―¿Ren el Hacedor?

―Sí.

―¿Qué mierda de nombre es ese?

―El nombre de un megalómano, de alguien que cree vivir en una realidad controlable. De alguien que se piensa que es el rey del mundo.

Elara resopló.

―Es el nombre que elegiría un niño jugando a superhéroes.

―Sí.

Durante unos segundos, observaron como los rayos del sol empezaban a teñirlo todo de luz amarillenta.

―Entonces es peor de lo que pensábamos ―murmuró Elara―. Con Haldeck especulamos con la idea de que pudiera haber un grupo que controlara el mundo de forma secreta, pero no nos imaginamos que podría ser una sola persona. Un loco.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora