43. A través del gusano

31 3 0
                                    

Señor se chupó los dedos, que goteaban chocolate caliente.

—¿Qué tal? —le preguntó Elara.

—¿Puedo más?

—Claro.

La chica le sirvió otro vaso y una nueva fuente de bizcochos recién salidos del horno. El niño sonrió y abrió la boca. DC4 contemplaba la escena, a la vez que observaba por la ventana la oscuridad del bosque a lo lejos. El transporte rebelde llegaría en cualquier momento.

El niño continuó comiendo hasta que un rugido sordo interrumpió el silencio. Elara se giró hacia DC4.

—Son ellos —dijo el robot, torciendo la cabeza.

Señor, saltó al suelo, y agarró una bolsita. En su interior había una nueva colección de pequeñas figura de metal: se trataba de los cuatro capitanes. DC4 se agachó a su lado y posó su mano fría y metálica sobre el hombro del niño.

—Señor —dijo DC4—, empieza nuestra misión.

El niño miró al robot a los ojos.

—Señor, siempre listo.

El rugido de los motores se iba acercando. Elara abrió la puerta y salió al porche. Miró a través del día que empezaba y vio el transporte rebelde avanzando entre los árboles. Era una pequeña nave blindada, diseñada para atravesar cualquier terreno sin dificultad.

Señor y DC4 también salieron al exterior, atraídos por el rugido del motor.

La nave se detuvo frente a la cabaña y una figura envuelta en un abrigo grueso bajó del asiento del piloto. El tipo inspeccionó el lugar con un escáner de campo. Luego, se acercó hasta el grupo.

—¿Elara? —preguntó, su voz apagada por el casco que llevaba puesto.

Esta le tendió una mano.

—Es un honor.

Elara asintió.

—¿Podrás llevarlos hasta el punto de entrada sanos y salvos?

—Esa es mi misión. Podéis contar con ello —Hizo una pausa—. ¿Listos?

Elara asintió, levantando a DC4. Señor los siguió de cerca, sus pasos pesados resonando sobre las tablas de madera del porche.

Elara depositó a DC4 en el interior de la nave. A su lado se sentó el niño. El piloto cerró la puerta tras ellos. Señor sonrió: el interior estaba iluminado por luces verdes.

El piloto arrancó el motor y la nave se elevó del suelo. Señor se pegó a la ventana e hizo adiós con la mano a través de los cristales. Elara sintió una punzada en el estómago. El transporte salió disparado a una velocidad vertiginosa, antes de que pudiera responder al saludo.

En la nave, Señor empezó a temblar. La cabaña se encogía y, con ella, toda sensación de seguridad y protección. Los sensores de DC4 detectaron el cambio en el ritmo cardíaco del niño. Lo cogió de la mano.

—El valor supera el miedo —dijo DC4.

Mientras avanzaban, las pequeñas casas y los grandes almacenes metálicos donde se guardaban las cosechas quedaron atrás. La luz del sol bañaba los cerezos y melocotoneros, creando una escena pastoral casi idílica. La tecnología avanzada de la ciudad parecía un recuerdo lejano en comparación con la vida sencilla de los campesinos. Los terrenos de cultivo, cuidados por la gente y los robots primitivos, se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

Señor miró a DC4, pero este se había desconectado temporalmente.

Al cabo de unas horas, empezó, la transición del sector tres al desierto. Los campos cultivados dieron paso a arbustos y flores silvestres. La vegetación disminuyó, y las primeras dunas de arena aparecieron en el horizonte. La vastedad del desierto se abrió ante ellos: una enorme extensión de olas estáticas de arena.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora