46. En el norte

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Kael avanzaba a paso firme por el terreno, dejando atrás la cabaña donde había tenido lugar la reunión con Elara, Mira, Rigel y Lyra. Una brisa refrescante le removió los cabellos. La luz cálida de la tarde se reflejaba en sus profundos ojos azules. Su largo abrigo de piel ondeó.

Una mezcla de emociones le había empapado el cerebro. Una pregunta en su interior: ¿Qué le deparaba el futuro?

No había respuesta.

A lo lejos, divisó la pequeña nave con la que se había trasladado desde el norte, oculta en el claro de un pequeño bosque de abedules. Mor, el piloto, había seguido al pie de la letra las instrucciones de Elara, manteniéndose a una distancia prudente para evitar llamar la atención. Mor era un hombre sensato, fuerte, de piel negra y ojos como el carbón. A pesar de eso, su expresión transmitía una dulzura amable.

Cuando Kael llegó a la nave, la rampa de acceso se abrió con un leve zumbido.

Desde el interior se escapó un cálido resplandor y Mor apareció en la entrada, su silueta en contraluz. Sin decir palabra, descendió los pocos metros que lo separaban del suelo y se acercó a Kael con una sonrisa suave en los labios.

Se besaron.

Kael cerró los ojos y se dejó envolver por la calidez del hombre que tenía delante.

Se miraron a los ojos.

—¿Todo bien? —preguntó Mor.

Kael resopló.

—Todo bien.

—Entonces, ¿habrá guerra?

—En cuatro días. —El capitán hizo una pausa—. Volvamos a casa.

Mor asintió con una mezcla de afecto y comprensión, y juntos se dirigieron hacia la nave.

Subieron la rampa y Mor cerró la compuerta, aislándolos del exterior. De golpe, un silencio sepulcral lo envolvió todo. Mor se acomodó en el asiento del piloto e inició la secuencia de despegue. Los propulsores se activaron soltando un chisporroteo grave y una azulada luz. La nave comenzó a ascender con suavidad y, cuando llegó a los cinco mil pies, empezó a avanzar. Mor estabilizó una velocidad de 1200 km/h.

Al poco, el paisaje comenzó a cambiar: el terreno se volvía cada vez más áspero y frío.

Kael puso la vieja gravación de un concierto de Vivaldi para tratar de devolver un poco de calor a sus almas.

En silencio, escucharon esa música de otro mundo que ya nadie en la Tierra podía tocar.

Después, Kael le explicó a Mor los planes que habían acordado con Elara y los otros capitanes. Mor asentía, consciente de que la batalla de las batallas estaba a punto de comenzar: el viejo mundo contra el nuevo orden, la libertad contra la tiranía, la verdad contra la mentira.

Cuando Kael terminó su relato, los contornos de la antigua ciudad empezaban ya a aparecer en el horizonte. Las temperaturas habían bajado considerablemente, y el aire helado se hacía sentir incluso dentro de la cabina. Mor, con la habilidad de un piloto experimentado, maniobró la nave hacia la pista de aterrizaje vertical.

—Estamos llegando —anunció, ajustando los controles.

Kael asintió en silencio, envolviéndose en su largo abrigo mientras el frío comenzaba a colarse a través del metal de la nave. Sabía que el verdadero desafío estaba por delante, pero con Mor a su lado, se sentía preparado para lo que fuera.

La nave aterrizó suavemente en la dársena privada de la casa fortaleza de Kael, un edificio imponente hecho de piedra y acero, construido para resistir los embates del clima implacable del norte. A medida que la compuerta de la nave se abría, el aire helado los envolvió. Kael ajustó su abrigo mientras descendía la rampa, seguido de cerca por Mor, que mantenía una distancia respetuosa, como era habitual cuando se encontraban en presencia de otros.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora