35. Entrenar, entrenar, entrenar

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Cuando los pies de Mizar y Alcor tocaron el suelo, sus cuerpos todavía vibraban con la emoción del vuelo. Haldeck las observó con una mezcla de orgullo y satisfacción. Sabía que el primer vuelo, de alguna manera, marcaba las posibilidades futuras del piloto. Y esa había sido una primera experiencia endemoniadamente buena.

Durante los días siguientes, Haldeck diseñó una serie de ejercicios y entrenamientos intensivos para que las chicas adquirieran maestría en el manejo de las alas de sombra.

A la mañana siguiente, Haldeck llevó a Mizar y Alcor a un cañón cercano, donde las paredes estrechas y las corrientes de aire impredecibles ofrecían el entorno perfecto para practicar giros, pues ese sería su primer desafío.

Mizar sintió como la adrenalina corría por sus venas mientras se lanzaba al vacío, Haldeck volando delante de ella y Alcor siguiéndola de cerca.

—Girad a la izquierda, ahora —ordenó Haldeck por el intercomunicador.

Mizar inclinó su cuerpo, sintiendo cómo las alas respondían con precisión. El viento silbaba a su alrededor mientras viraba, ajustando los guantes para mantener el equilibrio. Alcor la imitó, aunque un poco menos segura.

—¡Más suavidad, Alcor! —le corrigió Haldeck—. No te fuerces contra el viento, deja que te guíe.

Después de varias horas de práctica, ambas chicas comenzaron a sentir los giros más naturales, como una extensión de sus propios movimientos.

***

Para el siguiente desafío, Haldeck decidió que practicarían el vuelo nocturno. El terreno cambiante y la falta de luz representarían un reto adicional, pero, al fin y al cabo, la misión de asalto a la torre sería de noche.

Despegaron al ponerse el sol, equipadas con visores de visión nocturna.

Mizar se maravilló de cómo el paisaje diurno se transformaba en un mundo de sombras y luces. El visor proyectaba una imagen clara del terreno, pero las sensaciones eran diferentes, más intensas.

—Confiad en los instrumentos de vuelo, pero también en vuestros instintos —dijo Haldeck—. La visión nocturna es útil, pero puede ser engañosa.

Mientras volaban sobre un bosque, Mizar se dio cuenta de que debía confiar no solo en lo que veía, sino en lo que sentía. Las corrientes de aire eran diferentes, más frías, y la resistencia se sentía distinta. Poco a poco, las chicas aprendieron a manejar las alas en la oscuridad, navegando con precisión y control.

Cuando terminaron, ya era medianoche. Por suerte, Elara los esperaba con un plato de sopa humeante. Señor había preparado la mesa y cuidaba del fuego.

Se sentaron y comieron en silencio, todavía impregnadas de las emociones que acababan de vivir.

—¿Crees que será suficiente? —murmuró Mizar, dejando el plato a un lado.

—No lo sé —respondió Haldeck—. Os estoy enseñando todo lo que sé... Pero colarse en una torre militarizada es algo que sobrepasa cualquier reto.

—Ya.

—Quizás deberías enseñarnos a defendernos —dijo Alcor.

Haldeck dirigió los ojos al fuego.

—Supongo.

—No tiene sentido mandarlas al infierno con las manos vacías —dijo Elara.

—Ya.

Haldeck se levantó.

—¿De qué tienes miedo? —preguntó Alcor.

—De que esto se convierta en un suicido.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora