44. Valle escondido

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Rigel pilotaba su nave a través de las densas nubes que cubrían el cielo de Valle Escondido, al este del viejo mundo. La reunión con Elara y los capitanes del sur, norte y oeste le había dejado un regusto agridulce en la boca.

A través de los cristales observó el valle que tan bien conocía: una extensión vasta y variada, rodeada de antiguas montañas cuyos picos nevados se alzaban hacia el cielo. Valle Escondido estaba compuesto por una serie de valles interconectados que él conocía bien, cada uno separado por altas y escarpadas paredes de roca.

Esta disposición geográfica había obligado a los habitantes de Valle Escondido a desarrollar una habilidad excepcional para las comunicaciones. Los habitantes de los valles se sentían orgullosos de ello. Y Rigel sabía que su aportación podría ser definitiva en la lucha contra el Estado.

El capitán dirigió su nave hacia una de las plataformas de aterrizaje situadas en lo hondo de Vientiane, el valle principal. Realizó la maniobra de aterrizaje vertical con delicadeza. Sonrió mientras los motores emitían un zumbido suave al apagarse.

Al bajar la rampa, Rigel se tomó un momento para respirar el aire del valle. Este le trajo un aroma familiar, el olor de casa, que fue bienvenido como un bálsamo contra la tensión de los últimos días.

Su esposa, Elysia, lo esperaba al pie de la rampa. Estaba rodeada de soldados con el uniforme amarillo del este. Eran hombres corpulentos que contrastaban con la pequeña Elysia. Esta llevaba un vestido azul que ondeaba por encima del vacío; su bonito pelo amarillo, ceñido por una tiara de oro; su expresión, grave. Era una mujer fuerte, pero su rostro y su cuerpo mostraban los signos avanzados de la esclerosis. A pesar de todo, mantenía la cabeza erguida y la mirada firme. Su determinación inspiraba compasión entre los soldados.

Rigel y Elysia se abrazaron. Rigel sintió la fragilidad del cuerpo de su esposa.

—Bienvenido a casa —dijo esta.

Rigel le acarició el rostro.

—Elysia —susurró—. ¿Cómo estás?

La mujer se apoyó en él.

—Bien —mintió—. ¿Cómo fue la reunión?

Los ojos de Rigel se nublaron.

—¿Tan mal está todo? —preguntó Elysia.

—Ha llegado el momento de la verdad.

Durante unos segundos, no dijeron nada. Después, Rigel ordenó a los soldados que ayudaran a su esposa a subir a su nave de transporte. Era un viejo modelo deportivo que el capitán conservaba con nostalgia.

—¿Estás cómoda? —le preguntó a Elysia una vez la compuerta se había cerrado.

Esta asintió.

—Siempre recuerdo la primera vez.

—¿La primera vez?

—Que me invitaste a subir aquí.

—Estaba muy nervioso —dijo Rigel, y soltó una carcajada.

Elysia le cogió la mano.

—Entonces, ¿qué ha sucedido?

Rigel puso al día a su esposa de todo lo hablado en la reunión de los cuatro capitanes y Elara.

—Es el momento que tanto habíamos esperado —murmuró Elysia, cuando este había terminado—. Elara es muy valiente.

—O muy loca. El destino lo decidirá.

Hicieron el resto del trayecto en silencio.

Al poco, llegaron a su casa. Esta era una construcción de una sola planta, organizada como una antigua casa romana.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora