29. El muro

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Alcor y Mizar corrieron a través de la noche. Quedaban pocos minutos para que los primeros rayos de sol empezaran a penetrar el espacio como gotas de lluvia luminosa. Mizar estaba desorientada. Para ella el sol era una cosa aterradora y maravillosa, algo que no había visto nunca. Algo que estaba prohibido. Por el contrario, para Alcor el sol era su hábitat natural, el ancla que guiaba sus ritmos corporales, la brújula de su misma existencia.

Mizar deshizo el camino que había trazado para llegar hasta la comisaría, pero no fue necesario que recorriera todo el espacio. En la segunda manzana, se cruzó por delante de ellas un viejo Vórtex 24. Su padre también había tenido uno. Fue uno de los primeros modelos tierra-aire. Ahora solo era una reliquia de museo.

Una de las puertas traseras del vehículo se abrió hacia el cielo.

―Vamos ―dijo Haldeck desde el asiento del conductor.

De un salto, las chicas penetraron en el interior del vehículo.

Mizar echó un vistazo rápido: en el asiento del acompañante, Señor sostenía a DC4 en su regazo como si se tratara de un juguete.

Alcor cerró la puerta del viejo deportivo y las ruedas chirriaron en el suelo. Mizar sonrió mientras recordaba a su padre desconectando el control de tracción. Su madre opinaba que era una idiotez, aunque, al final, siempre lo encontraba divertido.

El coche se deslizó a través de las calles mientras los primeros rayos de luz empezaban a iluminar la ciudad. Los ojos de Mizar se dilataron como si quisieran absorber la realidad hasta el fondo. Sus poros comenzaron a atrapar las ondas lumínicas; su piel, a producir vitamina D. Mizar estaba experimentando una sensación de bienestar que era nueva para ella.

Condujeron durante más de dos horas por extrañas callejuelas, evitando cualquier encuentro que pudiera ser incómodo, hasta que el coche llegó a un kilómetro del límite de la ciudad. Se pararon al borde de un descampado. Allí unos robots trabajaban en silencio en la estructura de un nuevo edificio.

―¿Cómo piensas pasar el muro? ―preguntó Alcor.

Haldeck se giró.

―No te preocupes, nena; está todo controlado.

―¿Nena? ―Alcor levantó una ceja.

―Es una manera de hablar.

―No aceptada desde el siglo... ¿Veintiuno?

―Sí, bueno..., como especie hemos cometido muchos errores.

―Ni caso ―dijo Alcor―. Es un soldado a sueldo, nada más.

―¿En serio? ―musitó Haldeck―. ¿No me has cogido nada de aprecio?

―¿Nos vas a sacar de aquí? ―le preguntó Alcor.

―Eso parece.

―Pero ellos no pueden, ¿no? ―dijo Alcor, señalando a Mizar y Señor―. Son sombras. ¿Cómo vamos a pasar el control?

Haldeck aceleró. La plaza y los robots quedaron atrás. Al poco, torció por una callejuela. Un nido de ratas salió a la carrera.

―Por si no lo sabéis ―dijo acariciando el volante del Vórtex 24―, esta preciosidad vuela.

―Volar está prohibido en la ciudad ―dijo Señor.

―Pues habrá que saltarse la prohibición.

Haldeck pisó el pedal del freno; las ruedas chirriaron. Habían quedado al amparo de una sombra.

―¿Piensas pasar por encima del muro? ―dijo Mizar.

―¿Se te ocurre alguna otra manera?

―Eso es imposible.

―Te equivocas.

―¿Ah sí?

―Formas parte de una sociedad que está atontada, ¿no te das cuenta? Os han inoculado el virus del miedo. Hacéis exactamente lo que se os dice en todo momento. Habéis perdido la capacidad para producir la más mínima idea revolucionaria. Esas son vuestras cadenas.

―Nos dispararán.

―El coche está blindado.

―¿Y los drones? ¿Te crees que nos van a dejar en paz?

Haldeck sonrió.

―Este coche está equipado con flares y lanzadores de chaff. Ya lo ves, una maravilla.

―No tengo ni idea de lo que estás hablando.

―Servirán para desorientar los sensores de rastreo de los drones.

―¿Y cuándo llegue la aviación?

―Con un poco de suerte ya nos las habremos pirado.

―¿Con un Vórtex 24? ¿Estás de coña?

―El motor está modificado. Yo mismo lo hice. Lleva un propulsor de fusión iónica.

Alcor se pasó una mano por el pelo.

―DC ―dijo―, calcula las probabilidades.

El robot bajó la intensidad de los ojos. A los pocos segundos los volvió a activar.

―Cincuenta por ciento.

Haldeck sonrió.

―Vaya, tanto cálculo para acabar con un simple cara o cruz. ¿Vamos?

El grupo asintió en silencio.

Haldeck se ajustó el cinturón. Después, presionó los tres botones que lanzaban la secuencia de inicio del despegue. Un leve zumbido llenó la cabina mientras el sistema de propulsión cobraba vida. El suelo del coche vibró bajo sus pies y, un momento después, el Vórtex 1 comenzó a elevarse suavemente. Una ligera sensación de ligereza se apoderó del grupo mientras las ruedas se retiraban, alineándose con el cuerpo del vehículo hasta quedar ocultas en el chasis.

Subieron cinco metros. Haldeck presionó el potenciómetro central y el coche aceleró. El paisaje urbano comenzó a desdibujarse en un borrón de colores y formas.

―Uau ―soltó Señor―, qué sensación. ¡Somos como un pájaro!

El Vórtex 24 cortaba el aire cada vez más rápido, alejándose del centro de la ciudad hacia el muro de contención.

Cuando este empezó a ser visible, Haldeck apretó los dientes. La imponente estructura, coronada con torres de vigilancia y radares, se alzaba amenazadora.

Haldeck aumentó la altura. Diez, quince, veinte, treinta metros.

Al poco, se encendió una luz roja en el panel central de control: los sensores del coche acababan de detectar movimiento automático en el aire: drones de patrulla. Haldeck lanzó una ráfaga de chaffs y flares que brillaron en el aire. Se creó una cortina de luz y confusión. Los drones, desorientados, erraron sus trayectorias y chocaron entre ellos en un caos de chispas y metal retorcido.

Justo cuando Haldeck alcanzaba el muro, una lluvia de disparos provenientes de las torres de vigilancia estalló alrededor del coche. Alcor soltó un grito. Mientras los proyectiles silbaban por el aire, Haldeck alcanzó el panel de control y activó el sistema de camuflaje óptico. Al instante, la superficie del coche comenzó a fluctuar, mimetizándose con el entorno.

―¿Crees que funcionará? ―preguntó Alcor.

―Eso espero.

Las balas pasaron zumbando a ambos lados del vehículo.

Haldeck respiró aliviado.

―Salvados ―dijo mientras aceleraba el Vórtex.

El coche vibró con un rugido ensordecedor mientras sobrepasaba el muro de contención y un mundo nuevo y desconocido empezaba a abrirse al otro lado. Haldeck tiró a fondo del potenciómetro y el Vórtex 24 alcanzó la ultravelocidad.

Haldeck levanto una mano a modo de despedida.

―Bye, bye, Nueva Barcelona.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora