34. El vuelo

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Cuando Haldeck acabó con sus indicaciones, se fue a inspeccionar el borde del acantilado.

Mizar y Alcor se quedaron solas. Delante de ellas, las alas de sombra.

Mizar se acercó a su traje. Habían andado durante más de una hora, en plena noche, con la mochila cargada a tope. Estaba sudada y un sentimiento de miedo le atenazaba la base del estómago; pero todo eso no le impidió comenzar la inspección preliminar.

El traje, tendido en el suelo, le pareció primitivo. Levantó la base y la observó: llevaba unida una unidad de propulsión. El conjunto era pesado, las correas toscas. Se lo pasó por encima de los hombros, siguiendo las instrucciones que les había dado Haldeck. Ajustó las hebillas y se aseguró de que quedara ceñido a su cuerpo sin apretar demasiado.

Luego, extendió las alas en el suelo para inspeccionarlas. Eran más grandes de lo que parecía cuando estaban plegadas. Su superficie era lisa. El primer rayo de la mañana se reflejó en ellas, dándoles un brillo anaranjado. Mizar pasó sus manos por el material y sintió la textura, ligera, pero resistente. Con cuidado, conectó las alas a su cuerpo, asegurándose de que cada clip encajara en su lugar con un clic satisfactorio.

A unos metros de ella, Alcor se ponía ya los guantes que controlaban la propulsión. Eran ajustados y tenían varios botones incrustados en el dorso de la mano. Presionó uno para sentir la respuesta y una luz verde parpadeó a modo de confirmación. Saber que tenía el control al alcance de la mano, le dio confianza.

Mizar, se colocó el casco visualizador. Era parecido al que usaba en el trabajo, aunque un poco más tosco y con menos indicadores. Golpeó la visera con la punta de los dedos. Parecía hecha de un material resistente. Supuso que estaba pensada, no solo como pantalla, sino para proteger los ojos del aire y las partículas en suspensión. También de algún posible choque.

Mizar ajustó la correa bajo su barbilla y se aseguró de que la visión fuera perfecta. Activó la interfaz cerebro-computadora que llevaba implantada en el interior de la cabeza. Lanzó una orden de encendido, pero no sucedió nada. Los sistemas del casco no reconocían los comandos mentales emitidos por el NeuroLink. Su tecnología de comunicación estaba desfasada.

—Mierda —mumruró Mizar.

—¿Problemas? —preguntó Alcor, notando su frustración.

—El casco no es compatible con mi NeuroLink.

Alcor hizo un gesto de incomprensión con los brazos.

—No puedo usar los comandos mentales para interactuar con los sistemas del traje —aclaró Mizar.

—¿Y eso qué significa?

—Que tendré que hacerlo a la antigua. Usar los controles manuales y las instrucciones visuales.

Alcor estrujó los labios.

—Como yo, estaremos en igualdad de condiciones.

Mizar asintió, aunque la preocupación no desaparecía de su rostro.

—Supongo. Pero será más difícil coordinar nuestras acciones sin la ayuda de la interfaz.

—Nos arreglaremos —dijo Alcor.

Mizar sonrió débilmente.

—Tienes razón.

Por primera vez, miró a Alcor de pies a cabeza.

—Oye, pareces un insecto gigante —le dijo, luego soltó una risa ligera.

Alcor le dio una patada.

—Te estás mirando en un espejo, tonta.

—Pues sí.

La risa de Mizar contagió a Alcor.

Bajo un cielo artificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora