20: Camisetas y picaderos

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A las diez menos cinco estoy en la entrada de casa esperando que Álvaro se decida a bajar

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A las diez menos cinco estoy en la entrada de casa esperando que Álvaro se decida a bajar. Llevo la pulsera de pinchos que Nesa me dio y algo de maquillaje en el bolso. Miro la hora en el reloj de la pared y me cruzo de brazos. Entonces escucho a alguien bajando las escaleras y, cuando me giro, veo que se trata de mi padre.

—¿A dónde vas a estas horas?

Vuelvo a mirar el reloj, queda apenas un minuto para en punto. Me enderezo, decidida a contarle una película digna de un Óscar.

—La voy a llevar a casa de su amiga, esa de las gafas.

Los dos nos giramos en la dirección de la que procede la voz y vemos a Álvaro. Viene de la cocina y trae una enorme funda en la que supongo que va su guitarra.

—¿Gabriela?

—Gabi —le corrijo con una sonrisa que no puedo evitar esbozar y abro la puerta de casa.

—Eh... Bueno —comienza él sin saber cómo actuar—. Recuerda que mañana tienes que pintar.

—Lo sé, padre. Para eso he pagado la pintura.

Cuando ya no puede verme, suelto el aire contenido y me meto en el coche.

—No sé cómo se te ha ocurrido eso, pero gracias —le digo mientras me abrocho el cinturón.

—La próxima vez no seas tan tonta de esperar dentro.

Le miro con los ojos entrecerrados. Su expresión vuelve a ser seria.

—La próxima vez no seas tan idiota de tardar.

Arranca el coche y nos perdemos por la calle. Son las diez en punto. Pone la radio, pero no suena música, sino las noticias. Cambio de emisora y él vuelve a cambiar a la siguiente. Resoplo y miro por la ventana. Hemos salido de la ciudad y no tengo ni idea de a dónde nos dirigimos.

—Puede que me lleve un rato.

El coche se detiene y me doy cuenta de que estamos en medio del campo. Esto parece el típico escenario de una película de terror. Si me quedo en el coche, el asesino me matará. Si salgo puede que también me mate, pero tengo más oportunidades si no estoy sola. Nunca he sido una cagada, pero la oscuridad no me hace ni pizca de gracia. Me desabrocho el cinturón sopesando las dos opciones. Todavía veo a Álvaro en la oscuridad. Abro la puerta del coche y salgo corriendo tras él.

Cuando me ve a su lado me mira con desconcierto.

—La guitarra pesa, pensé que necesitarías ayuda —digo en un intento de disimular que sí, soy una cagada, y le ayudo a sujetar la funda mientras rebusca entre las llaves para abrir la puerta que tenemos en frente.

La puerta emite un chirrido bastante aterrador. Me quita la guitarra y avanza hacia el interior. Una luz se enciende, iluminando todo el lugar. Parece un almacén abandonado.

Only You © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora