1 - 2021

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Si debo comenzar mi historia por el momento en que la depresión me pegó con todas sus fuerzas sin duda el año 2021 es el indicado.

Desde 2018 venía cargando duelos que no terminaron nunca de sanar porque cuando creía estar superándolos venía una nueva pérdida que hacía imposible que las cosas se sintieran bien para mí.

Eran situaciones desde muy simples como que un amigo me dejara de hablar o que la pandemia de Covid-19 me quitara la posibilidad de tener una graduación luego de terminar la licenciatura, hasta situaciones muy graves como lo fueron las muertes de muchas personas de mi familia.

Todo se iba acumulando, haciendo que la depresión que creía extinta después de la muerte de mi abuelo durante mi adolescencia regresara para recordarme que nunca se había ido y que definitivamente era probable que nunca se fuera.

Como dije, había demasiados duelos que nunca sanaron y yo no esperaba que siguieran en aumento, pero en 2021 para mí fue la prueba máxima de que la vida siempre puede ir más allá.

A principio de año el que creía que sería mi mejor amigo para toda la vida simplemente se alejó de mí, ésa fue mi primera pérdida del año, sufrí demasiado porque no dejaba de culparme una y otra vez, repitiéndome que él se había ido por la cantidad de veces que lo atosigué con mis problemas.

Muy a mi pesar tuve que dejarlo ir, no planeaba aferrarme a él si simplemente quería irse de mi lado, tampoco era una maldita egoísta que mantendría a todos a mi lado con tal de evitarme un poco de sufrimiento, así que luego de 9 años de amistad nuestra relación amistosa tuvo que darse por terminada.

La segunda pérdida que tuve, la cual fue un par de meses después, vino acompañada del dolor más desgarrador que hubiera sentido en mi vida y fue la muerte de mi abuela, por mucho que hubiera querido estar preparada para su partida porque ya era de edad avanzada, simplemente no pude evitar el dolor, mucho menos luego de haberla visto morir.

Para ese momento la poca felicidad que aún conservaba se iba apagando cada vez más, ver a mi familia perdiendo el brillo, llorando, enfermos de dolor, era algo que sinceramente no podría desearle a nadie, era espantoso y me rompía cada vez más.

Hubo momentos en que pensaba qué debía hacer para deshacerme de todo el dolor que estaba sintiendo, pero no había respuesta, porque eliminarlo no se podía y evadirlo sólo lo aumentaba, así que de pronto aparecían pensamientos fugaces que alejaba de mi cabeza a penas aparecían, porque no, ninguna de esas cosas eran la respuesta a lo que quería, hacerme daño era la peor forma de querer alejar el dolor.

Los meses pasaron y la siguiente pérdida o quizás fue más bien sólo un momento complicado fue el desempleo, ver cómo todos a mi alrededor lograban demasiado mientras yo me quedaba estancada fue algo que me llenó de frustraciones y sentimientos negativos, por los que constantemente me tenía que ocultar en mi habitación a llorar para que nadie me viera.

Y no sólo se quedaba en esconderme para desahogarme, la realidad es que tenía ataques de ansiedad en los que me repetía más veces de las que se podrían imaginar que era una inútil, que no podía hacer nada bien, que nadie nunca se iba a sentir orgulloso de mí porque ni yo misma podría hacerlo, eso, sumado a que no dejaba de compararme con otras personas fue algo que me perjudicó más de lo que me gustaría admitir.

En ese momento mi peor enemiga era yo misma y no había querido aceptarlo.

También estuvieron las enfermedades interminables que llegaban a mi familia y a mí y aunque todos creyeran que nada me afectaba, sufría en silencio para no preocupar a nadie o probablemente era más bien para que nadie me juzgara, aunque, ¿qué podrían decirme de malo que no me hubiera dicho yo antes?

Ese año los ataques de ansiedad estaban acabando conmigo, la tristeza, las frustraciones, el rencor que generé hacia mi persona, todo me estaba sobrepasando y ya no encontraba la forma de salir del dolor, la terapia no funcionaba y los antidepresivos no estaban cubriendo su función, nada me hacía sentir mejor, nada disminuía el dolor.

Cada vez eran más constantes aquellos pensamientos en los que creía que al hacerme daño y terminar con mi vida todo estaría en completa calma, pero luego imaginaba a mi familia sufriendo por mi culpa y llorando aún más de lo que ya lo habían hecho y nuevamente dejaba ir todos aquellos pensamientos dañinos.

Porque, además, tenía miedo, miedo de no tener la suficiente "valentía" para hacerme daño, miedo de no morir y quedar físicamente mal, miedo de que en mi afán por dejar de sufrir otros pagaran las consecuencias de mi muerte, miedo a todo en realidad, no sería capaz de hacer algo en contra de mi integridad, al menos eso me repetía una y otra vez hasta que terminaba por convencerme de que viva estaba mejor, aunque todo me doliera.

Pero fue a finales del tan mencionado 2021, sentí que no podía más, mi vida ya no estaba teniendo ningún sentido para mí, todo estaba mal, lloraba más de lo que era capaz de fingir estar feliz, dejé de escuchar música, dejé de cantar, dejé de hablar con mis amigas, no había ni una sola cosa de las que antes amaba hacer que me causara satisfacción, el estado de anhedonia en el que me encontraba era algo que jamás creí que me pasaría, pero ya era una realidad.

Recuerdo que exactamente un 2 de diciembre estando con mi familia los observé a detalle para grabar sus rostros en mi mente, pensaba en lo mucho que los haría sufrir con mis decisiones, pero no había marcha atrás, ya no quería seguir con vida.

El miedo de hacerme daño seguía presente y no puedo decir que pensé en alguna cosa en específico que podría hacer para despedirme de este mundo, porque simplemente no es algo que hubiera pensado.

Sin embargo, recuerdo perfectamente que ese día le rogué como nunca a la vida, al destino, a Dios o a quien estuviera a cargo de mi vida que terminaran con mi sufrimiento, que me permitieran dejar este mundo y le dieran a mi familia la paz que merecían, pero sin mí, porque yo simplemente ya no podía seguir avanzando.

Planeaba pasar el día completo con mi familia para despedirme de ellos, aunque ellos no se dieran cuenta de que sería nuestro último día juntos, pero mis planes cambiaron cuando mis dos mejores amigas me llamaron para acompañarlas a ver un concierto online.

Lo dudé un poco, pues quería pasar mis últimas horas con mi familia, pero al final elegí ir con ellas, después de todo también debía despedirme de esas dos personas que me habían regalado tanto, así que acepté, un día más en este planeta no cambiaría nada, o eso creí.

No fue difícil disfrutar junto a ellas porque son una luz que lo ilumina todo o al menos que ilumina mi vida, al verlas tan alegres me sentí un poco mal porque yo no podía sentirme así por mucho que lo intentara, pero creo que después de todo sembraron en mí una semilla de esperanza que nació esa misma noche.

Todo iba bien, olvidé mi tristeza por un poco de tiempo y el concierto comenzó, al principio no entendía absolutamente nada porque el grupo no era para nada relacionado con mis gustos, pero cuando menos me di cuenta ya me encontraba disfrutando de la música, al menos un poco, y para no hacer larga la historia al final de la noche terminé enamorada de la música otra vez.

Pero sobre todo enamorada de la posibilidad que existía de volver a ser feliz por lo menos un poco, esa noche, mis amigas y 7 desconocidos que bailaban y cantaban en algún lugar del mundo me salvaron la vida y ni siquiera lo sabían.

No voy a negar que una parte de mí estaba furiosa por lo que habían logrado y que en demasiados meses o incluso años, yo no había sido capaz de lograr, sin embargo, me ayudaron y estaba más que agradecida.

Es hasta ahora que me doy cuenta, que quien quiera que sea el ser superior, que al menos desde mi perspectiva rige mi vida, me hizo caso y terminó con mi sufrimiento o al menos con gran parte de él en cuestión de horas.

Ahora que lo pienso, quizá si hubiera suplicado con tanta desesperación, como en ese momento y desde mucho antes, me hubiera ahorrado demasiadas lágrimas, sin embargo, nadie puede saber lo que va a pasar, así que es mejor no pensar en qué hubiera pasado, porque para eso tampoco hay respuesta.

Las cosas simplemente sucedieron y estuvo bien, me dieron una nueva oportunidad y la aprovecharía al máximo, no dejaría que la depresión ganara, no permitiría que los pensamientos suicidas volvieran a aparecer, al menos lo intentaría, no quería más sufrimiento en mi vida.

Mis cartas de despedida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora