TREINTA Y TRES

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El tiempo comenzó a pasar lento, o al menos Hari pretendía que lo hacía, porque solo de esa manera podía disfrutar las semanas que le quedaban en Riverfield

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El tiempo comenzó a pasar lento, o al menos Hari pretendía que lo hacía, porque solo de esa manera podía disfrutar las semanas que le quedaban en Riverfield. Sus amigos se habían encargado de mostrarle hasta el más mínimo rincón de la ciudad, había ido a la escuela donde su madre estudió y también estuvo en la vieja casa de sus abuelos; Mai se encargó de mostrarle la vida que Haneul había vivido antes de irse de ahí, la hizo sentirse cada vez más cerca de ella... Y también conocer un poco más al hombre que la había enviado a ese lugar. Hari tal vez seguiría cuestionándose toda su vida, como es que un corazón tan puro como el de Lee Haneul se había enamorado del malhumorado e idiota Kang Dongsun.

Y desde ese momento, había comprendido que en la vida hay muchos momentos donde simplemente no te sientes parte del mundo.

Como si hubiese estado viviendo tanto tiempo en el mismo planeta, la misma rutina... Que por tan solo unos segundos finalmente podía notar los detalles que la hacían sentir diferente. Te hacen sentir parte del mundo y a la vez, muy lejano a él. Te sientes vivo y no hay cosa más aterradora que esa: aferrarte al sentimiento y luego ver qué no siempre es así.

Hari sabe que uno de esos momentos es ese, mientras sus manos se aferran al manubrio de la bicicleta que conduce y su cabeza se extiende hacia atrás, dejando que el viento del verano golpeara su cuerpo. Se sentía libre. Capaz de ser ella misma... De saber que por una vez en toda su vida, todo estaría bien.

La risa de Ni-ki llega a sus oídos, mientras el chico pasaba rápidamente a su lado y parecía disfrutar aún más de ese momento que ella. Lo observó voltear un par de veces, sonriendo ampliamente, solamente asegurándose de que ella estuviera tras de él en el camino, siguiéndolo. Pero Ni-ki tal vez no lo sabía, y ese era el hecho de que Hari quería hacer eso siempre. Seguirlo. Y jamás dejarlo ir.

No conocía el camino, y había dejado de reconocer el terreno cuando pasaron el cartel de bienvenida de la ciudad, después, habían doblado en un pedazo de terracería que los llevaría a un lugar que ella claramente desconocía. Pero la vista le hacía sentir en casa, la manera en la que las hojas de los árboles danzaban gracias a la brisa de verano, los pájaros cantando, las flores acompañándola en el camino y ese el cielo azul que tanto le gustaba. Solo se detuvo cuando Ni-ki lo hizo, y ambos permanecieron largos minutos en silencio simplemente observando el paisaje frente a sus ojos; El paisaje que se extendía ante ellos era una vasta extensión de campos verdes, salpicados con flores y bordeados por colinas que se perdían en el horizonte. Era el tipo de lugar que solo había visto en postales y sueños. Demasiado irreal para poder ser verdad.

Se recostaron en la hierba, uno al lado del otro. Demasiado cerca como para disfrutar de su compañía, y considerablemente lejos como para que sus hombros y rodillas evitaran tocarse. Hari tal vez jamás se acostumbraría a la comezón que la hierba verde le provocaba, pero todas esas incomodidades desaparecían al momento de recordar a la persona que le acompañaba. Ni-ki le había mostrado en ese verano, cosas que jamás había visto o experimentado en toda su vida.

—Es como si todos los problemas se esfumaran... —fueron las primeras palabras que salieron de su boca, mientras el chico jugueteaba con sus dedos, cortando pequeñas flores y posicionándolas entre ellos— Como si nada ni nadie pudiese quitarte el sentimiento de saber que eres mismo...

—Nadie puede quitarte eso —respondió de vuelta, Hari sonrió cerrando sus ojos.

—Harriett —Ni-ki se giró a verla fijamente, con una pizca de curiosidad desbordando en su mirada—... Mi nombre, Harriett Kang. Demasiado americano para mi apellido, y un apellido demasiado coreano para mi nombre. Nunca supe realmente a donde pertenecía, mamá solía decir que debía sentirme orgullosa de mi misma... ¿Pero cómo se supone que debía hacer eso si ni siquiera sé quien soy? —explicó en una risa, sintiendo las lágrimas llenar sus ojos.

» Entonces, todo el mundo comenzó a llamarme Hari. Mamá fue la primera en hacerlo... Y de ahí siguieron los pocos amigos que alguna vez tuve. Mi padre tal vez puede obligarme a ser la persona que él espera que sea, puede llamarme como alguien que no existe y puede obligarme a casarme con quien le plazca... Pero Hari, ese nombre, es lo único que jamás podrá quitarme.

Ni-ki se incorporó, apoyándose en sus codos: —No conozco a Harriett Kang, pero no creo que sea muy diferente a la chica que tengo frente a mí —sonrió de lado.

—No somos la misma persona... Ella está destinada a vivir una vida infeliz, casada con alguien que solo espera aumentar su fortuna y alardear sobre el apellido de su familia. En cambio, yo solo quiero detener el tiempo y permanecer en este lugar para siempre.

Ni-ki extendió su mano, obligándola a levantarse de ahí. Beso sus labios de una manera corta y fugaz, abrazándola fuertemente, incapaz de realmente querer soltarla. Observó en sus manos entrelazadas, las flores que rodeaban sus dedos como anillos, en un vago juramento de que permanecerían juntos, un recuerdo de que siempre estarían ahí.

—¿Crees que recordaremos esto? —preguntó Hari en voz baja, casi temiendo la respuesta.

—Sí, —respondió Ni-ki sin dudar— estos son los momentos que se quedan con nosotros para siempre.

El corazón de Hari latía con fuerza, llenándola de una calidez que solo Ni-ki podía brindarle. Se inclinó hacia él y lo besó de nuevo, esta vez con más intensidad, tratando de transmitirle todo lo que sentía en ese momento. Cuando se separaron, Hari se sentó de nuevo en la hierba, mirando el horizonte.

—Prométeme algo.

—Lo que sea —respondió él sin vacilar.

—Prométeme que, pase lo que pase, siempre recordarás este verano. Recordarás quién soy y quién quiero ser... Porque aunque la vida nos lleve por caminos diferentes, quiero que sepas que este momento, aquí y ahora, significa todo para mí.

Ni-ki asintió, sus ojos brillaban por las lágrimas que comenzaban a abultarse en ellos: —Lo prometo.

Hari se prometió a sí misma en silencio que, sin importar a dónde la llevara la vida, siempre encontraría su camino de regreso a este lugar, a esos recuerdos, y a ese sentimiento de pertenencia y libertad... Porque en ese rincón de Riverfield, había encontrado no solo un lugar hermoso, sino también una parte de sí misma que siempre había estado buscando.

𝐎𝐔𝐑 𝐒𝐔𝐌𝐌𝐄𝐑 | Nishimura Riki ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora