TREINTA Y CUATRO

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Hari jamás pensó que se sentiría en casa, al menos no tanto como en ese preciso momento

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Hari jamás pensó que se sentiría en casa, al menos no tanto como en ese preciso momento. Las voces y las risas de las personas a su alrededor se volvían ecos en sus oídos, convirtiéndola en una espectadora de aquel momento. Esas personas eran su familia, la familia que ella había escogido. Mientras Mai servía la comida y Raiko terminaba de poner la mesa, ella y sus amigos estaban sentados en la sala de estar, conversando y jugando un juego de mesa que habían sacado de las pertenencias de Haneul, en la caja que Mai le había dado a la chica. Ni-ki estaba sentado a su lado, rodeando sus hombros con su brazo y de vez en cuando se giraba a darle miradas rápidas. No habían hablado mucho en esos últimos días, tan solo permanecían el uno al lado del otro disfrutando de su compañía... Pero sabía perfectamente que ambos estaban evitando hablar sobre su despedida, sobre el futuro. Ni-ki quería rogarle que se quedara, que no se fuera, que no regresara a su antigua vida... Y Hari sabía que aunque él se lo pidiera, no podría hacerlo.

El timbre de la puerta sonó, pero fue Raiko quien abrió. Ninguno se percató realmente de la persona que había llegado, no hasta que el señor Nishimura llamó a la chica.

—Tienes una visita, Hari.

Confundida, la rubia se levantó de su lugar y caminó hasta la puerta. Y una vez que se dio cuenta de quien se trataba, su semblante se ensombreció. Heeseung llevaba un pequeño ramo de gerberas y rosas blancas, a decir por la expresión de su rostro se veía notoriamente nervioso y un tanto obligado a estar ahí. El silencio que se había formado en toda la casa solo le hacía saber que todo el mundo estaba prestándoles atención.

—¿Qué haces aquí? —preguntó casi de manera automática, y no muy agradable.

—E-Es que... —Heeseung carraspeó— No podré acompañarte el día que tu tren parta, y bueno, quería despedirme de ti —le extendió el ramo de flores, con una sonrisa corta. Hari las observó por unos segundos, mientras la impotencia comenzaba a crecer en su pecho—. Mi padre está en el auto... —murmuró el chico, de una manera que solo ella pudiese escucharlo.

Disimuladamente, observó sobre su hombro el auto frente a la acera, donde el señor Lee estaba esperando a su hijo con una mirada autoritaria, analizando el momento. Hari regresó su mirada a Heeseung, y al ver los ojos del chico supo perfectamente que no habría vuelta atrás. Que ninguno de los dos podría librarse de esa farsa y que definitivamente, contar con Heeseung jamás sería una opción, ni ahora ni en el futuro donde se supone que pasarían el resto de sus vidas juntos. Termino tomando las flores cuidadosamente, evitando decir una sola palabra. Había creído, al menos por un momento, que él podría hacer algo al respecto... Hablar con su padre, convencerlo de que todo eso era una mala idea, que ninguno de los quería casarse. Pero se había equivocado. Lee Heeseung es un cobarde.

El chico se giró sobre su propio lugar, observando la manera fija en la que su padre los veía en ese momento. Cerró sus ojos con fuerza y suspiró, se acercó al oído de Hari para susurrar: —De verdad lo siento... —por último, depositó un casto beso en su mejilla y se fue de ahí, sin recibir ninguna respuesta. El auto arrancó y Hari se quedó en el umbral por varios minutos, aún procesando lo que había sucedido.

Se obligó a sí misma a reaccionar y finalmente cerrar la puerta tras de ella. No dijo una sola palabra a pesar de que tenía todas las miradas sobre ella, simplemente caminó hasta la cocina y depositó las flores en la basura. Hari observó a Ni-ki subir las escaleras, sintiendo cómo su corazón se quebraba un poco más con cada paso que él daba. No sabía cómo explicarle, cómo hacerle entender que la vida que estaba a punto de dejar atrás no era la vida que ella había elegido. Las expectativas de su padre y sus planes moldeado su futuro sin su consentimiento. Hari deseaba, más que nada, encontrar una salida, un camino que la liberara de esas cadenas invisibles que la ataban. Pensó que Heeseung podría ayudarla, pero le había dejado en claro que eso era algo imposible.

Con un suspiro, se dirigió a la sala, donde sus amigos la observaban en silencio. Mai se acercó y le tomó la mano con una mirada comprensiva: —¿Estás bien? —preguntó suavemente. Hari asintió, pero sus ojos la delataban.

—Solo necesito un momento —murmuró antes de seguir a Ni-ki arriba. Al llegar a su habitación, tocó suavemente la puerta —¿Puedo entrar?

Hubo un silencio prolongado antes de que él respondiera con un tono apagado: adelante. Hari abrió la puerta y encontró a Ni-ki sentado en la cama, con la mirada fija en el suelo. Se acercó lentamente y se sentó a su lado. Ninguno de los dos habló de inmediato. El silencio entre ellos era denso, lleno de incomodidad.

—Lo siento —comenzó finalmente—. No quería que te enteraras así...

Ni-ki levantó la vista, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y frustración: —¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué dejaste que esto llegara tan lejos sin antes hablar conmigo?

—Ni-ki... —comenzó, pero él levantó una mano para detenerla.

—No tienes que decir nada, Hari. Lo entiendo —dijo con voz quebrada, finalmente levantando la mirada para encontrar los ojos de ella—... Tú y yo jamás seremos iguales, nuestras vidas tendrán un rumbo completamente diferente. Soy consciente de que yo jamás podría ser el tipo de persona que tal vez tu padre quiere para ti —no soy Heeseung, quiso decir—... Entiendo que tienes que irte, y también entiendo que esto nunca fue del todo real.

Hari sintió un nudo formarse en su garganta. Cada palabra que él decía parecía un golpe directo a su pecho. Quería gritarle que estaba equivocado, que lo que habían compartido era más real de lo que cualquiera podría imaginar, pero las palabras se quedaban atoradas en su garganta.

—Ni-ki, por favor —murmuró con la voz temblorosa—, no digas eso. Tú eres real para mí. Todo esto... Es real.

—Entonces, ¿por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué dejaste que esto se convirtiera en algo tan grande sin siquiera darme una oportunidad de luchar contigo, de ayudarte? —recriminó molesto y al mismo tiempo, dolido— ¿Sabes que? Al diablo, hablemos con tu padre, le dire que quiero estar contigo y...—

—Eso jamás va suceder —negó rotundamente—. Es que no lo entiendes, Ni-ki... Tú y yo no podemos— pero antes de terminar su propia oración, el chico la había interrumpido.

—¿Por qué? ¿Porque mi familia no tiene el mismo estatus social que la tuya? ¿Porque mis padres no tienen tanto dinero y nuestro apellido no es importante? ¿Realmente quieres pasar el resto de tu vida al lado de alguien a quien ni siquiera amas? Pensé que eras más que eso, Harriett Kang.

Las lágrimas resbalaron por las mejillas de la chica, mientras veía en la mirada de Ni-ki la rabia y la decepción hacia ella misma. Se sentía de la misma manera, y lo había hecho desde hace muchísimo tiempo. Pero ahora, él también estaba decepcionado... Él también la odiaría.

—Espero que seas muy feliz, Hari... Y que en toda tu vida no te arrepientas de haber tomado esta decisión, o de al menos haber luchado por tu propia felicidad.

—No tengo otra opción —murmuró con dureza.

—¡Todos tenemos otra opción! Pero tú solo tienes miedo.

Claro que tenía miedo. Y claro que era una cobarde. Porque esa noche había perdido al primer chico del que se había enamorado y había lanzado a la basura todos los recuerdos que habían creado ese verano.

𝐎𝐔𝐑 𝐒𝐔𝐌𝐌𝐄𝐑 | Nishimura Riki ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora