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Way

Al cumplir los 15 años, mi alegría era incontenible. Esa edad significaba que las estrellas revelarían mi destino y, con suerte, encontraría un prometido que me permitiría dejar mi familia actual. Sin embargo, el destino tenía otros planes para mí; no había coincidencias claras y todas mis posibles conexiones eran distantes. Los oficiales insistían en que era afortunado, que los dioses me brindaban la oportunidad de elegir. Que mis decisiones forjarían mi propio destino. Pero al escuchar esto, solo pude llorar. No me sentía libre de elegir.

Comencé a asistir a todas las reuniones sociales que pude, y fue entonces cuando lo noté a él. Era alto, apuesto y de una seriedad imponente. Sus modales eran impecables y su inteligencia, indiscutible. Todos lo admiraban embelesados, y varios omegas ya habían tenido el honor de ser sus compañeros. Él no necesitaba seducir; era seducido. Mi curiosidad se disparó al saber que las estrellas le habían dado una respuesta similar a la mía: también podía elegir. ¿Y si me elegía a mí?

Esta pregunta comenzó a obsesionarme. Hasta aquel día. Acompañé a mi tío al palacio por asuntos políticos y, abrumado por la conversación, me excusé para tomar aire. Me perdí en el laberinto de pasillos hasta que oí voces. Era él, Pete, conversando con el príncipe heredero. Aunque no podía entender sus palabras desde la distancia, podía ver sus expresiones. Pete miraba con una suavidad inusual y sonreía genuinamente, mostrando una calidez entrañable. Y desee que me mirara y me sonriera así.

"¿Me concedería un baile?", pregunté, con el corazón latiendo descontroladamente, esforzándome por mantener firme mi voz.

"Eso no parece apropiado", respondió Pete, mirándome con una curiosidad intrigante. "Debería ser yo quien te pida el baile".

"¿Y si usted nunca lo hace?", repliqué, sosteniendo su mirada.

"¿Cómo te llamas?", preguntó, sin apartar sus ojos de mí.

"Way, mi señor".

"Way, ¿me concederías un baile?", dijo extendiendo su mano hacia mí.

Quedé atónito por unos segundos antes de aceptar su mano.

Él... olía increíblemente bien.

Bailamos varias canciones en silencio, y así continuó durante varias fiestas.

Hasta que un día, de alguna manera, terminamos entre los arbustos de un balcón, besándonos con una mezcla de pasión y ternura, nuestras manos explorando sin restricciones. Desde entonces, contaba los minutos para cada encuentro.

Hasta aquel día.

Era una reunión más política que social. Aquel día conocí a los padres de Pete. Él, una imponente figura militar con una mirada seria e indescifrable; ella, con ojos tan fríos como el hielo. Comprendí el origen del comportamiento reservado de Pete en sociedad. Como era costumbre, a mitad de la fiesta, Pete me invitó a bailar. Pero cuando estaba a punto de invitarme por tercera vez, su madre lo llamó y ambos salieron de la sala. Los seguí.

"Pete, ¿Qué estás haciendo?" preguntaba su madre fríamente.

"¿A qué te refieres, madre?" respondió Pete, su voz firme pero cargada de tensión.

"He escuchado los rumores sobre tu cercanía con el heredero de la familia Pattarapol. No me digas que es verdad. Es cierto que es hermoso, pero hay otros más hermosos y sobre todo, más apropiados," su madre expresó con un tono que destilaba desdén.

"Él estaba en mis aproximaciones, madre," replicó Pete con seriedad.

"Está terminantemente prohibido, Pete. ¿Ha quedado claro? Ese chico no es digno de nuestra familia. Me niego a darles más poder. Es increíble que con la inteligencia que pensé que tenías no notes sus artimañas e intenciones. No importa a quién elijas, siempre y cuando no sea él. No te lo advertiré dos veces," sentenció su madre con una frialdad que cortaba el aire.

Yuanfen (AlanxJeff)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora