L2. Capítulo 10 Una visita a la Enfermería

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Era una noche clara y estrellada. Harry, Ron y Nicolás se deslizaban debajo de la capa invisible de Harry a la caballa de Hagrid.
No se desprendieron de la capa hasta que hubieron llegado ante la puerta.

Unos segundos después de llamar, Hagrid les abrió. Les apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.

Hagrid: ¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándolos—. ¿Qué hacéis aquí los tres?

Harry: ¿Para qué es eso? —preguntó, señalando la ballesta al entrar.

Hagrid: Nada, nada… Estaba esperando… No importa… Sentaos, prepararé té.

Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la de cerámica de puros nervios al golpearla con la mano.

Nicolás no pudo evitar sentir un poco de culpa al ver a Hagrid. El sabía lo que pasaría, pero por más que quisiera no tenía ni idea de que hacer al respecto.

Harry: ¿Estás bien, Hagrid? —dijo.— ¿Has oído lo de Hermione?

Hagrid: ¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo con la voz entrecortada.

Miró por la ventana, nervioso. Les sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té). Cuando les estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.

  Se le cayó el pastel. Los chicos se miraron nerviosos y se tiraron la capa invisible encima y se retiraron a un rincón. Tras asegurarse que no se veían, Hagrid cogió la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.

Dumbledore: Buenas noche, Hagrid.

Era Dumbledore. Entró, muy serio, seguido por otro individuo de aspecto muy raro.

  El desconocido era un hombre bajo y corpulento, con el pelo gris alborotado y expresión nerviosa. Llevaba una extraña combinación de ropas: traje de raya diplomática, corbata roja, capa negra larga y botas púrpura acabadas en punta. Sujetaba bajo el brazo un sombrero hongo verde lima.

Ron: ¡Es el jefe de mi padre!— musitó nervioso —. ¡Cornelius Fudge, el ministro de Magia! 

Harry dio un codazo a Ron para que se callara.

  Hagrid estaba pálido y sudoroso. Se dejó caer abatido en una de las sillas y miró a Dumbledore y luego a Cornelius Fudge.

Fudge: ¡Feo asunto, Hagrid! —dijo el ministro, telegráficamente—. Muy feo. He tenido que venir. Cuatro ataques contra hijos de muggles. El Ministerio tiene que intervenir.

Hagrid: Yo nunca… — empezó a decir Hagrid, mirando importante a Dumbledore— . Usted sabe que yo nunca, profesor Dumbledore, señor…

Dumbledore: Quiero que quede claro, Cornelius, que Hagrid cuenta con mi plena confianza —dijo el director, mirando a Fudge con el entrecejo fruncido.

Fudge: Mira, Albus —dijo, incómodo—. Hagrid tiene antecedentes. El Ministerio tiene que hacer algo… El consejo escolar se ha puesto en contacto…

Dumbledore: Aun así, Cornelius, insisto en que echar a Hagrid no va a solucionar nada.

Fudge: Míralo desde mi punto de vista —dijo, cogiendo el sombrero y haciéndolo girar entre las manos—. Me están presionando. Tengo que acreditar que hacemos algo. Si se demuestra que no fue Hagrid, regresará y no habrá más que decir. Pero tengo que llevármelo. Tengo que hacerlo. Si no, no estaría cumpliendo con mi deber…

Hagrid: ¿Llevarme? —interrumpió Hagrid, temblando—. ¿Llevarme adónde?

Fudge: Sólo por poco tiempo— dijo, evitando la mirada de Hagrid— . No se trata de un castigo, Hagrid, sino más bien de una precaución. Si atrapamos al culpable, a usted se le dejará salir con una disculpa en toda regla.

¿Reencarne En Harry Potter? 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora