• XV

147 23 8
                                    

A la mañana siguiente, ya en la empresa, Mayte le dedicó una última sonrisa a Fernanda antes de entrar a su oficina. Al abrir la puerta, dio un pequeño brinco al ver a su esposo sirviéndose una copa de vino.

"¡Carajo, Gerardo! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?", preguntó, visiblemente molesta.

"No fue muy difícil, Mayte. Las secretarias saben que soy tu esposo", respondió él con indiferencia, tomando un sorbo.

Mayte suspiró, colgando su bolso y su saco, y se cruzó de brazos. "¿Qué quieres?".

"Hablar", dijo él, acercándose a ella. "Mira, María Teresa, si no dejas a tu amante, no las dejaré en paz... Algo podría pasarle a ella".

Mayte se tensó, mirándolo con enojo. "Haz lo que te pegue la gana, no me interesa. No voy a caer en tus chantajes, ya no te tengo miedo".

"Deberías tenerme miedo. Sabes que soy capaz de cualquier cosa", le advirtió, inclinándose hacia ella.

Mayte se acercó a él, le quitó la copa y la dejó a un lado. Se sentó en su silla y lo observó sentarse frente a ella.

"¿Cómo pudiste cambiarme por una mujer, Mayte? Me siento humillado", dijo él, su voz llena de resentimiento.

"Me alegra que te sientas así. Debe ser muy humillante que una mujer haya logrado hacerme sentir más en tan poco tiempo que tú en veinte años."

Él, furioso, golpeó el escritorio. "Esa mujer está contigo por dinero, María Teresa. Nadie te tomaría en serio".

Mayte rió con amargura. "El único que no me tomó en serio fuiste tú. Y si Fernanda realmente está conmigo por mi dinero, no me importa. Soy capaz de darle todo lo que tengo con tal de que se quede a mi lado para siempre."

Él se levantó, mirándola con desprecio, y salió de la oficina. Al ver a Fernanda en su escritorio, se acercó a ella con una expresión amenazante.

"Te recomiendo que te mantengas lejos de mi esposa", dijo, mirándola profundamente.

Fernanda se mantuvo en silencio, mirándolo con firmeza. Mayte, desde su oficina, vio la interacción y salió enojada.

"¡Gerardo, lárgate!", le gritó con fuerza, respirando entrecortadamente.

Él la miró con una sonrisa maliciosa y se fue. Mayte, aún molesta, miró a su alrededor y gritó: "¡Quiero a todas las secretarias y asistentes en mi oficina, ya!", entró a su oficina, cerrando la puerta con fuerza.

Cuando todas llegaron, Mayte las miró fijamente, calmándose poco a poco. "Mi esposo tiene terminantemente prohibido entrar a mi oficina. Es más, tiene prohibido entrar a la empresa. Asegúrense de que los de seguridad lo sepan".

Ellas asintieron y Mayte añadió: "Pueden irse, menos tú Fernanda".

Cuando todas salieron, Mayte cerró las persianas y se dirigió a Fernanda. "Lo siento, tenía que llamarlas a todas para evitar preguntas".

Fernanda sonrió. "No te preocupes. Estás muy tensa, May", dijo, tomándola del brazo y acercándola a ella. La beso suavemente y le retiró unos mechones de la cara. "Te ves hermosa enojada".

Mayte sonrió, agradeciéndole con otro beso. "¿Quieres ir a almorzar conmigo?", preguntó, sintiendo como su enojo desaparecía en los brazos de Fernanda.

"Claro que sí. Cualquier momento para estar a tu lado es bienvenido", respondió, y luego, con un último beso, salió de la oficina.

Rato después, fueron a almorzar en uno de los restaurantes favoritos de Mayte, un lugar elegante y acogedor que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. El almuerzo transcurrió entre risas, miradas cómplices y una conversación fluida que les hacía olvidar el mundo exterior.

ENTRA EN MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora