• XII

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Los días transcurrieron con una pesadez aplastante tanto para Mayte como para Fernanda. Mayte, cada día, se preguntaba cómo estaría Fernanda, reprochándose una y otra vez haberla despedido. Cada vez que pasaba frente al escritorio de Fernanda, un vacío profundo se instalaba en su pecho. Algo dentro de ella le decía que había hecho bien, que alejarla era lo mejor para ambas, pero otras veces la extrañaba de una manera dolorosa, sintiendo una necesidad de tenerla cerca.

En las noches, Mayte no lograba dormir bien. Las horas pasaban lentamente y su mente no dejaba de recordarle los momentos que compartió con Fernanda. Tuvo que acudir a su médico, quien le recetó unas gotas para dormir.

Su esposo, cada día más distante, se sumergía en el alcohol, llegando borracho a casa con la intención de estar con ella. Sin embargo, Mayte siempre fue firme en no permitirle acercarse, haciendo que el ambiente en su hogar fuera cada vez más insoportable.

Por otro lado, Fernanda, aunque destrozada al principio, comenzó a mejorar su ánimo con el paso de los días. Algunas propuestas de trabajo llegaron a sus manos, pero decidió tomarse un tiempo para descansar y reflexionar antes de tomar una decisión. Compartía casi siempre con su hermana, buscando maneras de distraerse e intentar olvidarse de todo.

El día del cumpleaños de Mayte llegó. Isabel irrumpió en su oficina por la tarde, con una amplia sonrisa en el rostro.

"Chi, te tengo una sorpresa, así que ve a casa y arréglate," dijo, sentándose frente a ella.

Mayte, suspiró profundamente. "No tengo ánimos para celebrar, Isa. Prefiero quedarme en la empresa."

"Es tu cumpleaños, Chiqui. Tenemos que celebrarlo. Ya planeé todo, no me hagas esto."

Mayte, viendo el entusiasmo de su hermana, terminó aceptando. Ambas salieron de la empresa minutos después, cada una dirigiéndose a su respectiva casa. Mayte se dio una ducha larga y relajante, intentando despejar su mente. Se maquilló cuidadosamente y se vistió con un elegante vestido negro, ajustado en la cintura, con un escote en V y una caída suave que llegaba hasta sus rodillas. Completó su atuendo con unos tacones negros y unos aretes de diamantes. Su chofer la dejó en la casa de Isabel, y la empleada la recibió con una sonrisa.

Al entrar, Mayte se tensó al ver la cantidad de personas que habían asistido. La multitud de rostros conocidos y desconocidos la abrumó de inmediato. Isabel se acercó rápidamente con dos copas de champán y le entregó una a Mayte.

"Bienvenida al sexto piso, hermanita. ¡Salud!", dijo Isabel, alzando su copa y luego bebiendo de ella.

Mayte la miró con una ceja alzada. "¿Me estás diciendo vieja, María Isabel?," preguntó con molestia.

"No... pero sí lo estás", Mayte la fulminó con la mirada. "Y yo también lo estoy. Somos unas viejas fabulosas, Mayte".

Mayte suspiró, negando con la cabeza. "¿Por qué invitaste a tantas personas? Ya me siento abrumada."

"Mayte, por favor, por una vez en tu vida, relájate y dedicate a disfrutar. No todos los días se cumplen sesenta años".

Mayte dio un sorbo a su copa y se alejó de su hermana para saludar a algunas personas, intentando no ser maleducada. Las horas pasaron lentamente y Mayte se sentía cada vez más incómoda y abrumada. No le gustaba estar rodeada de tanta gente ni ser el centro de atención.

En un momento de distracción, Alejandra se acercó a ella, notando su expresión pensativa. "Sé que estás pensando en Fernanda."

Mayte la miró con el ceño fruncido. "No empieces, Ale, por favor."

"Es la verdad, May. Te estás comportando como una niña inmadura, haciendo lo que se te da la gana sin pensar."

La expresión de Mayte se torció, dejando ver su enojo.

ENTRA EN MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora