XVI

119 20 4
                                    

Los días pasaron y la relación entre Mayte y Fernanda se volvía cada vez más fuerte. A menudo tenían encuentros en la oficina de Mayte, aprovechando cualquier momento para estar juntas. A veces, Mayte dormía en la casa de Fernanda, aunque no tan frecuentemente como hubiera querido para evitar alguna discusión innecesaria con su esposo.

Una tarde, mientras Mayte y Fernanda trabajaban en unos informes en la oficina de Mayte, la puerta se abrió de golpe y alguien entró sin permiso. Mayte levantó la mirada, molesta.

"¿Qué le pasa a la gente que entra a mi oficina como se les da la gana?", dijo con enojo.

Una de las secretarias, visiblemente nerviosa, apareció detrás de la mujer que entró sin avisar. "Lo siento, señora Lascurain. Le dije que no podía entrar así, pero no me hizo caso", se disculpó.

Mayte suspiró y asintió. "No se preocupe. Retírese, por favor", le indicó a la secretaria, que se retiró rápidamente.

Mayte se volvió hacia la mujer que había irrumpido en su oficina, detallándola con la mirada. "¿Quién es usted y por qué entra así a mi oficina?", preguntó con frialdad.

Fernanda se levantó, comprendiendo que la situación requería privacidad. "Las dejo solas. Continuamos más tarde", dijo, y Mayte asintió antes de que Fernanda saliera.

La mujer, de unos treinta años, la miro desafiante. "Me llamo Laura y soy la amante de su esposo. Estoy aquí para pedirle que le de el divorcio de una vez por todas", dijo con desdén.

Mayte soltó una risa sarcástica. "Era de esperarse que Gerardo tuviera una amante", comentó, mirándola con desprecio.

Laura, irritada por la reacción de Mayte, replicó con crueldad. "Obvio que tiene una amante. Usted ya esta vieja y no sirve para nada. Es una incapaz de mantener a su esposo satisfecho".

Mayte sonrió con malicia y la miró fijamente, calmando su tono de voz. "Si cree que me hará sentir mal con esas palabras, esta muy equivocada. Míreme, yo soy una mujer decente, usted... es una cualquiera que se mete con hombres casados. A mí no me interesa su relación con Gerardo; yo ya no lo amo. Y si no nos hemos divorciado, no es porque yo no quiera, es porque él se niega a darme el divorcio. Así que a quien debería reclamarle es a él, no a mí. ¿Algo más? Es que yo sí soy una mujer ocupada y no puedo estar perdiendo el tiempo."

Laura se quedó helada, incapaz de responder. Sus ojos se llenaron de rabia y sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y salió de la oficina, cerrando la puerta con un golpe.

Fernanda, luego de ver a la mujer irse, se asomó a la oficina de Mayte, mirándola con ligera preocupación. "¿Todo bien?".

Mayte hizo una seña para que entrara y se sentara frente a ella. "Adivina, esa mujer es la amante de Gerardo y tuvo el descaro de venir a pedirme que le de el divorcio", contó Mayte, riendo sarcásticamente.

"Honestamente no me sorprende que tenga una amante. Su actitud deja mucho que pensar", dijo Fernanda.

"Sí, yo lo sospechaba. Ahora me doy cuenta que no estaba equivocada", respondió Mayte, suspirando.

Continuaron trabajando hasta que llegó la noche y Mayte regresó a su casa. Durante la cena, Gerardo llegó, esta vez sobrio. Pidió a la empleada que le sirviera comida, diciendo que cenaría con su esposa.

Mayte, ya agotada, suspiró. "Come solo. Ya se me quitó el hambre", dijo, levantándose de la mesa.

Gerardo la detuvo con un grito. "¡Siéntate!", ordenó, y Mayte, para evitar una discusión, obedeció a regañadientes.

La empleada sirvió la comida y Gerardo miró a Mayte. "¿Cómo te fue en la empresa?", preguntó, intentando un tono casual.

"¿Qué te importa?", respondió Mayte, mirándolo de mala manera, mientras se levantaba de su silla.

ENTRA EN MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora