3. You belong with me (Kayla)

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Estoy en el coche de Jeydon Davies. Repito. ESTOY. EN. EL. COCHE. DE. JEYDON. DAVIES. Siento que el aire me falta y que las manos no paran de temblarme. Las aprieto contra mis rodillas en un estúpido intento por hacer desaparecer los temblores que se han apoderado de ellas. Por mucho que intento impedirlo, mis ojos se desvían hacía Jeydon y la sola imagen de su perfil me deja sin aliento. A pesar de que ya han pasado un par de minutos desde que me he montado, no puedo creerme que se haya ofrecido a acercarme a casa. Sobre todo, después de haberle gritado que era un maldito cobarde. Pero por el aura de tranquilidad que transmite, no parece que me odie o que nuestro primer encuentro le haya afectado mucho.

Sus dedos juguetean contra su labio inferior mientras que el otro brazo descansa despreocupadamente en el volante. Los anillos desprenden una luz rojiza proveniente del semáforo frente a nosotros y puedo distinguir la forma de una rosa en uno de ellos. Varios tatuajes decoran sus muñecas y una serpiente llama mi atención. Mis dedos pican en deseo de pasar la mano por ahí, pero me controlo y en su lugar me concentro en el tatuaje de una cruz que tiene un poco más bajo, cerca del pulgar. El calor golpea mis mejillas cuando me pregunto qué otros tatuajes tendrá y en qué partes del cuerpo. Desvío la mirada antes de que mis pensamientos se vayan por terrenos pantanosos y mis ojos se posan sobre un envoltorio de chicle que hay en el suelo. ¿Si lo cojo y me lo meto en el bolsillo como recordatorio permanente de este día pensará que estoy loca?

Joder, joder, joder, joder y otra vez joder.

—¿Estás bien?—pregunta Jeydon y mi cabeza se gira tan rápido hacia su voz que siento como me mareo en el proceso.

—¿Yo? ¿Bien? Claro que sí. ¿Por qué no debería estarlo?—suelto y sus ojos se clavan en mí un corto instante mientras acelera. Rezo para que no note el temblor en mi tono.

—Porque no paras de decir joder.

La vergüenza cala en lo más hondo de mi cuerpo así que bajo la cabeza utilizando el pelo como cortina para no tener que ver la risa en su mirada.

—Ah. Es que tengo frío—murmuro, aunque mi cuerpo se ha convertido en una masa de calor asfixiante.

Como respuesta oigo que la ventanilla del asiento del conductor se sube y solo entonces me atrevo a mirarlo. La risa se ha ido de sus ojos y ahora solo queda una sonrisa amable que hace que mi corazón colapse y lata tan rápido que por un corto instante creo que me va dar un ataque. Pulsa un par de botones y un aire caliente inunda el coche.

—¿Mejor?—dice y yo como respuesta asiento varias veces porque se me ha olvidado como articular palabra. Un silencio cómodo se instala entre nosotros y procuro por todos los medios no mostrar los nervios que no han dejado de recorrerme el cuerpo. Tras unos segundos, su voz vuelve a hacer que mi corazón se salte un latido—. No sé si es buena idea que saque el tema principalmente porque la última vez que lo hice me llamaste cobarde y dejaste bastante claro tu opinión al respecto, pero... ¿Has pensado en lo qué te dije?

La propuesta hace eco en mi mente y siento como mis mejillas se sonrojan. No me sorprendo de que lo mencione, pero una estúpida y pequeña parte de mí esperaba que el asunto se retrasara un poco más. Cuando entré al instituto estaba muy segura de mí misma, prometiéndome que le diría que aceptaría, pero bastó una sola mirada suya para que no recordara ni mi propio nombre. Miro por la ventanilla porque estoy segura de que soy incapaz de decir una sola frase que tenga sentido si sus ojos verdes vuelven a posarse en mí.

—Sigo pensando lo mismo. Tu plan no tiene ni pies ni cabeza—empiezo y jugueteo con mis dedos rezando para que el temblor en mi voz no se note.

—¿Pero...?

—No hay ningún "pero". Esas cosas solo salen bien en los libros y por si no te habías percatado, esto es la vida real, Jeydon.

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