5. Dandelions (Jeydon)

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—¡Mátalo! ¡Mátalo!—chilla Ivy mientras golpea los botones del mando de la Play como si le fuese la vida en ello.

Llego al descampado en el que se encuentra su personaje y a pesar de que consigo eliminar al enemigo que no dejaba de disparar a mi hermana, no lo hago con la rapidez suficiente como para que sobreviva al ataque. Estoy a punto de ir a revivirla cuando un par de disparos me alcanzan y me quitan toda la vida en solo un segundo.

—Mierda—mascullo por lo bajo para que Ivy no me escuche.

—¡Nos han matado!—se queja Ivy mientras apago la consola y le cojo en brazos para llevarle a su habitación. Si mi padre o Grace se enteran de que nos hemos quedado hasta tarde jugando a videojuegos, la bronca que me van a echar va a ser increíble—. ¿Dónde estás cuándo se te necesita, Jeydon?

La mueca de enfado que intenta componer no surte el efecto deseado por los dos huecos que tiene en la boca donde deberían estar sus dientes. Está adorable, pero no pienso decírselo si quiero seguir con vida.

—Salvándote el culo, enana—murmuro y una vez en su habitación le lanzo a la cama de esa forma que sé que le encanta—. Ahora duérmete antes de que papá se dé cuenta de que estás despierta.

Ivy se hace la dormida de la forma más falsa posible e imita a la perfección los ronquidos de Grace. Suelto una pequeña risa y una vez que le he dado un beso en la frente me incorporo y me alejo intentando hacer el mínimo ruido posible. Cierro la puerta de su cuarto en el mismo momento en el que el timbre suena y rezo en voz baja para que el sonido estridente no haya alterado a Ivy. Me encamino hacia la entrada de la casa y el sonido de mis zapatillas es el único ruido que se escucha. La habitación de mi hermana no se encuentra muy lejos, así que me cuesta apenas un par de segundos llegar hasta la entrada.

La mueca sorprendida de Kayla en cuenta abro la puerta hace que una sonrisa suba por mi rostro. Tiene los ojos ligeramente abiertos y sus cejas están fruncidas dibujando una pequeña arruga entre ellas. Sus dedos están enredados unos con otros y los estruja con brusquedad, como si no pudiera estar quieta. Tengo que reprimir las ganas de sepáraselos y, en su lugar, me aparto de la puerta para que pueda pasar. Sus ojos recorren con adoración cada rincón de mi casa y su boca se abre formando una diminuta O.

—Tu casa es enorme—murmura, sin dejar de absorber el más mínimo detalle.

—No es lo único que es enorme—digo mientras me giro para coger la película que se encuentra en la mesa junto a la puerta. Cuando mi mirada vuelve hacia ella, el color carmesí se ha apoderado completamente de su cara. Me toma solo unos instantes entender por qué y cuando consigo comprenderlo estoy seguro de que la carcajada que sale de mi garganta se escucha en todas las habitaciones—. Me estaba refiriendo al jardín trasero, malpensada.

Le doy un pequeño golpe en lo alto de la cabeza con la caja de la película y ella, como respuesta me aparta el brazo con un movimiento rápido. Sus manos se cierran en torno a la película antes de que pueda distanciarme y ahora es ella quien me golpea con ella.

—Tenía derecho a mal pensarlo—dice y, a pesar de que intenta lucir enfadada, no lo consigue.

Sus ojos viajan hacia la película y abre la caja para ver el contenido. Noto como sus hombros se tensan en el momento y una inspiración profunda hace que su pecho se hinche mientras cierra los ojos. Casi parece que va a ponerse a llorar y la confusión me golpea con fuerza. Siento ganas de abrazarla, pero descubrir la razón por la que se encuentra así pica más que cualquier otra cosa. De repente, levanta la mirada y me entrega la cinta. Su cara carece de cualquier emoción y me pregunto si la expresión torturada de antes ha sido producto de mi imaginación o verdaderamente la he visto.

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