8. Mercy (Kayla)

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El mensaje de Jeydon ha trastocado todo mi horario.

Jeydon: Hoy no puedo pasar a recogerte. Tengo entrenamiento de boxeo. Lo siento.

Vuelvo a leerlo por tercera vez en un minuto y me maldigo entre dientes por haber apagado ayer el móvil para poder dormir sin distracciones. Si no lo hubiese hecho, ahora mismo no tendría que estar devorando prácticamente mi desayuno. Mastico a una velocidad insana la tostada medio terminada en mi plato mientras miro el reloj para asegurarme que no voy a perder el autobús. Me había acostumbrado tanto a la comodidad del coche de Jeydon como si fuese una vieja costumbre entre nosotros que por un momento lo había dado por sentado. La imagen de su coche enfrente de mi casa, él esperando afuera a que yo saliese, su sonrisa al verme salir por la puerta...

Tengo que sacudir levemente la cabeza para salir de la ensoñación en la que yo sola me he sumergido. Tengo que recordarme varias veces que lo que sucede entre Jeydon y yo no es real para no acabar con la cabeza llena de escenarios ficticios imposibles de alcanzar que sin duda van a acabar haciéndome más daño del que ya me hace la realidad. Mis dedos teclean rápidamente una respuesta al mensaje de Jeydon mientras me termino el desayuno y recojo un poco la mesa.

—¡Adiós, mamá!—grito intentando hacerme oír por encima del murmullo de la televisión.

Un siseo es lo único que recibo y eso es señal más que suficiente para saber que está su presentador favorito en la tele y que no quiere perderse absolutamente nada de lo que sale por su boca. Pongo los ojos en blanco y antes de cerrar la puerta de entrada grito lo más alto que puedo y por el solo placer de molestar:

—¡Yo también te quiero mucho!

El frío se cuela a través de las capas de ropa una vez que me pongo a andar hacia la parada y me coloco mejor el gorro para que el viento no me lo quite. Si solo estamos a finales de septiembre no quiero ni imaginarme las bajas temperaturas que deberán de hacer a finales de año. Un escalofrío me recorre entera solo de pensarlo y ya empiezo a planificar formas para sobrevivir al invierno. Seguro que Sheila se ríe de mi poca capacidad para soportar el frío. Un suspiro se escapa de mis labios haciendo que formas fantasmagóricas hechas de vapor bailen en mi campo de visión, impidiéndome ver completamente. Quiero a esa chica con toda mi alma, de verdad que sí, pero también estoy enamorada de Jeydon y no puedo evitar que una punzada de envidia me recorra cuando pienso en ella. ¿Me convierte eso en una mala persona? Juro que la respuesta a esa pregunta me produce un pavor intenso en mis entrañas.

Vuelvo a mirar el móvil para ver si Jeydon me ha contestado, pero la desilusión me recorre entera cuando veo que no lo ha hecho. Es entonces cuando mi mente empieza a maquinar y antes de que pueda intentarlo ya es demasiado tarde para poder parar. ¿Y si ayer dije algo que no debía? ¿Y si se pensó que estaba loca? ¿Y si por eso mismo no ha venido hoy a recogerme? ¿Y si no sabe cómo salir de esta? Tengo que recurrir a todo mi autocontrol para no empezar a replantearme la existencia en general. Hace boxeo. Tiene entrenamiento. Todo normal y entendible. ¿Entonces por qué siento esta extraña necesidad de replantearme cada palabra que ha dicho?

Antes de que pueda seguir volviéndome loca ante un mero mensaje de doce palabras me subo al transporte público con una velocidad que hace que varias miradas curiosas se posen en mí, pero ahora mismo es la menor de mis preocupaciones. Me siento de una forma un tanto dramática en el primer asiento libre que veo. No puedo evitar pensar en cómo ha cambiado mi vida en cuestión de días. El aire acondicionado me da de pleno en la cara, pero lo agradezco internamente porque ahora mismo la temperatura del autobús está por los cielos. Si esto se encuentra así a primera hora de la mañana no quiero ni imaginarme como debe de estar cuando ya ha pasado todo el día. El solo pensamiento hace que un escalofrío me recorra de pies a cabeza y de la forma más desagradable posible.

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