7. Can I be him (Jeydon)

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A lo largo de mi vida he visto distintos tipos de miedo. Está el terror que sienten mis contrincantes en las peleas de boxeo y que algunas veces yo también he sentido. El miedo que me atacaba cuando era pequeño y tenía una pesadilla o cuando me dijeron que mi madre estaba enferma y no le quedaba más que unos pocos meses de vida que acabaron convirtiéndose en semanas. Sin embargo, el pánico que reflejan los ojos de Kayla es tanto que se siente como si me hubieran golpeado en el estómago y hubieran sacado todo el aire que se encontraba en mis pulmones.

El dolor insistente en mi entrepierna apenas me permite erguirme de la postura encorvada en la que me encuentro. Soy plenamente consciente del momento en el que Kayla me reconoce y su rostro se destensa en una señal de alivio. Todo sucede a tanta velocidad que antes de que pueda comprender qué está ocurriendo a mi alrededor, sus brazos ya me están rodeando con fuerza. Me toma solo un par de segundos darme cuenta de que me está abrazando, pero cuando esa realidad llega a mí no dudo en corresponderle.

A pesar de que es alta, su cuerpo se siente tan pequeño enredado en mis brazos que la envuelvo con más ímpetu. Sus puños se cierran en torno al material de mi sudadera y noto como sus hombros tiemblan. Sin embargo, no creo que sea porque está llorando. Es más como si no pudiese coger aire con la suficiente rapidez. No sé cuánto tiempo pasamos así, pero por mi podrían ser horas y me daría completamente igual. Cuando se empieza a separar de mí, el miedo inicial que había visto en sus ojos ha disminuido considerablemente.

—¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando?—pregunta y la debilidad que se había apoderado de su cuerpo se ha desvanecido para dejar paso a la seguridad que tanto conozco—. ¿De verdad te parecía buena idea seguirme como un asesino en serie? He estado a dos segundos de visitar a mi abuela que, por cierto, se encuentra a tres metros bajo tierra.

Se lleva una mano al corazón como si ese simple gesto fuese a hacer que los latidos disminuyan de velocidad. Me fulmina con la mirada, pero el alivio es obvio detrás de sus pupilas.

—Lo siento—me excuso a la vez que un sentimiento de culpabilidad se asienta en la boca de mi estómago—. Estaba gritando tu nombre, pero creo que no me has escuchado. ¿Estás bien?

—Dame un minuto para recuperarme y a lo mejor puedo contestarte a la pregunta sin sentir que me va a dar un ataque—murmura y utiliza la mano que no tiene en el pecho para apartarse varios mechones de pelo.

Es entonces cuando me percato de las manchas de sangre que adornan sus dedos. Mi corazón parece saltarse un latido mientras le cojo la mano y busco la herida. El corte de su palma sigue sangrando un poco, pero no hace falta que sea médico para darme cuenta de que no necesita puntos. Algo dentro de mí se calma cuando me doy cuenta de que no es tan grave como parecía en un principio. Entonces una idea me golpea con fuerza y tengo que recurrir a todo mi autocontrol para no hacerle más daño cuando siento la necesidad de cerrar las manos en puños.

—¿Quién te ha hecho esto?—pregunto y me centro en sus ojos para descubrir si lo que me va a decir es mentira o no.

—¿Qué?—dice y su ceño se frunce en un gesto de confusión—. Me lo he hecho yo—. No sé qué es lo que ve en mi cara, porque se apresura a añadir—: Se me ha roto una foto y me he cortado con los cristales. Tranquilo, no es nada grave.

Mis músculos parecen calmarse con esa información y la tensión abandona mis venas con la misma rapidez con la que había aparecido. Me quito la bandana que aparta mi pelo de la frente y se la enredo en la mano asegurándome de ejercer la presión justa para hacer que la herida deje de sangrar, pero sin hacerle daño. Kayla hace una pequeña mueca, pero en su mirada brilla la gratitud.

—Gracias—susurra mientras se sostiene la mano vendada con la otra. De repente, abre los ojos exageradamente y una maldición sale de sus labios entreabiertos—. Mierda. Tengo que volver a casa. Siento lo del rodillazo.

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