Capítulo 6: Pochi y un Caelifer

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El fuego envolvía el lugar; más que las llamas, los sentimientos. El hollín se fijó en las prendas, las ensució. El tizne se infiltró en las percepciones. Pero nada de eso se coló en los ojos de Yamagata. Cada centímetro, cada metro y cada milla, cero significaba en el espacio negro en el que su amanecer nació. Ahora, dejaría atrás las copas de veneno. Su cuerpo ya no estaría adormecido ni su espíritu encarcelado. Le esperaba un interminable riachuelo serpenteante. Las esperanzas no tenían por qué volar en el viento, más que crecer en un jardín cultivado por él, en el que las raíces se arraigarían hasta llegar al otro lado del mundo.

«El corazón nunca dejará de llorar, nunca dejará de sentir. No te preocupes por eso. Así como sientes tristeza, sentirás alegría, felicidad y amor. Le sonreirás al cielo, cual flor se abre al sol, y reirás y caminarás junto a la tierra, el viento y el mar».

Aquellas palabras salieron de un recuerdo que era difuso. Ocurrió de noche, en una alta montaña en la que se veía una larga y tenebrosa arboleda. El viento corría con fuerza. Y sus mejillas estaban húmedas por su llanto. Sujetaba una larga manta, la tenía por encima de su cabeza. Se aferraba a ella. La ajustaba justo en su cuello, lugar en el que más escalofríos sentía. Con su otra mano, se limpiaba las lágrimas, la restregaba por su nariz, evitando que el moco embarrara la tela.

Lo que lo inquietó: No estaba solo. Su pequeña versión estaba apoyada sobre el lomo de algo, de un ser con vida, por supuesto. Sentía como la respiración de eso subía y bajaba. Le entregaba calor. Él se acurrucaba, como un pequeño delfín bajo la aleta de su madre.

¿La voz provenía de dónde se refugiaba?, ¿o había alguien más con ellos?

¿Era así? ¿Había algo más?

Ahora, contemplaba los colores con una vibración especial. Extrañamente, sentía algo diferente al miedo y horror.

— Si te lastimé, me disculpo... Yo... —murmuró Zhì Yuè.

Yamagata regresó a la realidad. Asintió y guardó silencio. No tenía nada que decir. Sin embargo, Zhì Yuè parecía esperar algo.

«¿Lo sabe?», se preguntó. Pensó que el pelirrojo había presentido que había recordado algo. Quiso decírselo, pero sonaría confuso. Primero, debía acordarse de todo.

— No importa —respondió Kiriya. Su mentón le dolía—. Ahora entiendo algunas cosas.

— ¿Entiendes algunas cosas? —preguntó Zhì Yuè. Le resultó interesante que Yamagata anunciara que meditaba sus asuntos. Pensó que solo vivía por vivir— ¿Qué cosas?

— Creo que lo necesitaba —reflexión Kiriya.

— No, ¡eso no! —repuso Zhì Yuè, desesperado. Se sintió muy avergonzado. Desde el mentón hasta la frente, todo se puso rojo como la cereza. Había perdido por completo las etiquetas—. ¡Totalmente mi culpa! No puedes permitir que la gente te haga eso. Para ser justos, debes golpearme. Vamos, golpéame. ¡Kiriya, tienes que hacerlo! Yo te lancé un puñete, y te revolqué por el suelo. Es lo justo. Vamos, así no habrá represalias ni mucho menos rencores.

Kiriya no lo entendió. Su expresión era como la de una roca. «¿Lo justo?», se cuestionó. Meditó en lo "justo"; luego, en la "razón". Concluyó que golpearlo no encajaba en las definiciones.

— No es nece...

— ¡Lo es para mí! —repuso Zhì Yuè, interrumpiéndolo—. Si no lo haces tú, entonces lo haré yo mismo, o le pagaré a alguien para que me golpee. Crecí con varones, soy el menor entre ellos. He recibido golpes desde que lo recuerdo ¡Muchas peleas! La mayor parte del tiempo la pasaba recuperándome o entrenando. Cuando te digo que puedo tolerarlo, es porque puedo. Lo juro, una vez uno de ellos me tiró del tejado de la campana de una iglesia...

Misticismo PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora