SEIS

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ENZO

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ENZO

Lo quiero matar. Lo quiero ahorcar contra la pared. Lo quiero atar en una silla y coger a Antonella enfrente de él.

Así de grandes eran los celos. No aguantaba tenerlos enfrente comiéndose como si de comida se tratara. Odio que ella tenga tanto peso en mí. Odio que me pueda controlar con una simple acción. Odio que me mueva el mundo con una palabra. Odio estar a sus pies.

Realmente me tiene como quiere. Me tiene con correa y no soy perro.

Me pega en el ego lo que ella me causa. Nunca me gustó estar atrás de una piba. Estoy acostumbrado a que ellas vengan por sí solas. Pero este caso es diferente. Mucho más diferente. No era una piba cualquiera la cual estaba tratando de conseguir, es Antonella, es la morocha de sonrisa perfecta que me mueve el mundo, es la flaquita liviana que tiene un re peso en mí.

FLASHBACK

— ¡Enzo, bajame!— rió Antonella—, dale tonto, peso mucho.

— Anto, no pesas nada, deja de flashear, mí bulldog pesa más que vos— la cargué en mis hombros.

— No sé si es un halago o un insulto.

— Obviamente es halago, mí amor.

FIN DEL FLASHBACK

[...]

—  ¡Licha!¿Vamos a comprar algo para tomar?— consultó Antonella.

Al toque negué y saqué el celular. No iba a dejar que salieran solos.

— Anto, no te hagas problema, yo pido desde acá— me fulminó con la mirada y al toque me sonrió falsa. Yo le dediqué una sonrisa canchera y me sacó la lengua—, Anto, ¿Me ayudas con una cosa arriba?

Ella me miró raro pero luego asintió.

— ¿En qué querías que te ayude, Enzo?— sonreí viendo su cuello totalmente descubierto.

No perdí más tiempo y lo ataqué, dejando marcas.

— ¿En-zo qué ha-haces?— de reojo podía ver cómo se mordía el labio. Yo sabía bien que esta era su debilidad.

Cuando la solté respiró profundamente.

— ¿Te pensas que voy a aguantarme viéndote con ese boludo?— me acerqué peligrosamente a sus labios—, no me lo banco nada, y lo sabés.

— A mí no me importa que no te lo banques, vos y yo no somos nada oficial Enzo— ahora fue ella la que atacó mí cuello.

Admito que sus besos pasando por mí cuello llegando a mí mandíbula se sentían bien, eran muy placenteros. Casi no hacía ruido, pero era muy relajante.
Mis manos viajaron a su cintura, apretándola de más.

PECADO      | Enzo Fernández Donde viven las historias. Descúbrelo ahora