DIECIOCHO

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INSPIRADORA — MARÍA BECERRA

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INSPIRADORA — MARÍA BECERRA

❛ Nena, ¿cómo hago para olvidarme de ?

Si te amo desde que yo te conocí











NARRADOR OMNISCIENTE

ENZO ALZÓ a Antonella como si de una pluma se tratara para llevarla a la habitación de ese penthouse.

La dejó acostada suavemente en la cama, para después besar su cuello con rapidez. No tenía una pizca de paciencia.

Enzo no quería perder ni un segundo más. Sus manos recorrían el cuerpo de Antonella con una urgencia que parecía imposible de controlar. Cada roce era una mezcla de deseo acumulado y necesidad latente. Los labios de Enzo, que antes habían marcado con besos el camino de su cuello, descendieron por su clavícula mientras la respiración de ambos se entrelazaban en un ritmo apresurado.

Antonella lo miraba, con los ojos entrecerrados, su cuerpo reaccionaba de inmediato al contacto de Enzo, que no paraba de explorar cada rincón de su piel. Un susurro de ella, apenas audible, lo alentó a continuar. Él sonrió de lado, satisfecho al sentir cómo se estremecía bajo su tacto.

El mundo exterior se desvanecía, quedando solo ellos, la habitación y el deseo incontrolable que los consumía.

Enzo se acercó nuevamente a la cara de Antonella, capturando sus labios en un beso más apasionado, liberando la tensión de días sin poder reencontrarse.

Al separarse, Enzo sonrió, dejando un último pico en los labios de la morocha, generando su sonrisa.

Antonella abrazó a Enzo por el cuello, tirándolo con ella a la cama. Se quedaron así varios segundos minutos, en silencio y abrazados.

Los cuerpos de Enzo y Antonella se entrelazaban con una naturalidad que dejaba claro que ninguno de los dos quería que ese momento terminara. La habitación estaba llena de una tensión que se sentía en el aire, pesada y electrizante, como si cualquier palabra pudiera romper el delicado equilibrio que habían creado entre besos y caricias.

Antonella lo abrazaba fuerte por el cuello, sus piernas enredadas con las de él, como si quisiera asegurarse de que no se separara. Sus respiraciones, aún agitadas, se sincronizaban mientras ambos dejaban que el silencio los envolviera.

— ¿Qué estás pensando, morocha?— murmuró Enzo, su voz baja, apenas un susurro, mientras acariciaba con suavidad la cintura de Antonella. Su tono había cambiado, ya no era solo esa urgencia cargada de deseo; ahora había un toque de ternura, una conexión más allá del simple momento físico.

Antonella sonrió apenas, sus dedos jugando con el cabello de la nuca de Enzo. Lo miró directo a los ojos, sin la necesidad de esconder lo que sentía, aunque tampoco era una de las que hablaba de más.

PECADO      | Enzo Fernández Donde viven las historias. Descúbrelo ahora