11. Tragar fuerte

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Montecarlo, Mónaco

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Montecarlo, Mónaco.

Al final, decidí que salir con Beau era una buena idea, a pesar de no estar cien por ciento convencida de ello. Me parecía extraño "salir" con dos chicos diferentes al mismo tiempo, pues no estaba acostumbrada a tanta rebeldía.

Me arriesgué a usar unos elegantes pantalones blancos con un top negro de un solo tirante y tacones del mismo color, pero con suela roja para resaltar. Mi cabello se miraba atrevido, al igual que el labial bordó en mis labios, debido al simple recogido en una coleta alta.

Por última vez, me miré al espejo y contemplé mi aura unos segundos. Poco después escuché el timbre de la entrada y no dudé en juzgar el tiempo. Eran las ocho de la noche, que puntual.

Nada más salir lo vi parado al lado de su auto. Vestía un elegante traje negro con una llamativa corbata roja a juego con mis labios. Le sentaba bien.

Era muy refinado comparado a mí. Tal vez había cometido un error al aceptar.

──Que hermosa te ves hoy, Ara ──expresó besando el dorso de mi mano.

──Muchas gracias, Beau. Tú también te ves bien.

Como hago en cada oportunidad que se me regala, en el transcurso del viaje observé y analicé cada centímetro de Mónaco. Es una ciudad que permanecerá en mi corazón para siempre.

Los temas de conversación disponibles se vieron escasos al momento de charlar. Hablamos de esto, aquello y lo otro, pero no paramos. Mi primera cita con Charles fue todo lo contrario, en esa ocasión hubiera sido capaz de buscar "temas de conversación" en Google para dejar fluir el tiempo más fácil.

Beau comentó que, después de cenar, me llevaría a ver una obra en la Ópera de Monte-Carlo.

──Aquí estamos... ──me abrió la puerta del auto para mi próxima salida, e incluso repitió la acción al llegar a la entrada del restaurante.

Un camarero nos llevó a la terraza principal, que dejaba una vista espectacular de la costa. Inmediatamente recordé la salida nocturna que hicimos Charles y yo después de cenar en Sakhir, donde la luna y la arena fueron cómplices de nuestros cuerpos entrelazados, nuestros besos salvajes y el ondisonante mar mezclándose con nuestra respiración entrecortada.

Una voz me separó de mis recuerdos:

──¿Te gusta? ──indagó curioso.

──Muchísimo ──sonreí fingiendo demencia, pues no podía olvidar ese momento.

Cuando el camarero se acercó para anotar la orden, ambos coincidimos al pedir un rico plato de tartiflette, cuya receta contiene papa, cebolla, queso reblochon y crème fraîche. La comida francesa era un auténtico manjar, donde siempre reinaban las verduras y la carne.

Tu sei Saetta McQueen? | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora