03. Si miras atrás, no avanzas

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Montecarlo, Mónaco.

Había un poco de olor a albahaca en el aire. Todo se debía a que mi hijo se había encargado de hacer la «pizza de los viernes» y, tal vez, solo tal vez, se le cayó la hierba al suelo.

En ese preciso momento, Fausto dormía cómodamente en su habitación y yo lavaba los platos en la cocina.

Porque sí, solemos usarlos cuando comemos pizza. ¿Es extraño? Puede ser, pero nos da rotundamente igual.

Mi mejor amiga me miraba distante desde los taburetes de la isla. Lo llevaba haciendo desde que salimos del supermercado. Durante la cena, se comportó de igual manera, sólo la diferenciaba los chistes y risas compartidas con Fausto. Algo quería decirme, u ocultarse por el resto de la eternidad.

──¿Qué pasa, Ginevra? ──pregunté intrigada, secándose las manos con un repasador limpio. La vajilla estaba lista para un próximo enchastre.

──Eh... nada, nada ──bajó su cabeza apenas unos centímetros, dejando descansar su mirada en su regazo. Además, escondió sus manos debajo de sus fuertes muslos.

Estaba mintiéndome, era obvio. Siempre que hacía esas dos cosas, particularmente, cuando no decía la verdad.

──¿Qué quieres decirme? ──insistí acercándome a ella.

Hemos sido mejores amigas prácticamente toda la vida. Ambas sabíamos que nos tenemos siempre la una a la otra, no sé porqué no confía en mí para revelar lo que tiene en mente.

Gine quiso hablar, no sin antes acariciar su cabello y acomodarlo a un lado de su cuello.

──Solo estaba pensando en dos cosas... ──dio un suspiro

──¿Entonces?

──¿Te gusta Charles? ──interrogó apresurada y me señaló con su amenazante dedo índice── Y no digas que no porque sé que estás mintiendo.

No quise hacerme la misteriosa, pues la respuesta ya estaba definida.

──Él es un chico lindo, pero solo lo conozco desde hace un día. Ni siquiera hemos entablado una conversación larga o algo por el estilo ──contesté tranquila.

A decir verdad, si quisiera podría dar una explicación no-científica del porqué Charles no era lindo, sino hermoso. La llamaría: «La teoría de la perfección», y daría conferencias todos los viernes, antes de ir a comer pizza, por supuesto.

Aquel monegasco que me encontré por primera vez en el parque era lo más hermoso que habían apreciado mis ojos en veinte años, pero solo nos conocíamos desde hacía poco, y yo no buscaba una relación.

──¿Pero te lo cogerías? ──escupió graciosa, y casi instantáneamente se tapó los labios con sus dos manos.

──¡Claro que no! ¿En qué asquerosidades estás pensando últimamente, Ginevra? ──casi gripe, pero luego recordé que Fausto estaba dormido y continué en susurros──, no busco problemas ahora, y lo sabes.

Un poco atareada, me recosté sobre el borde entre la encimera y el mármol sobre ella. El material estaba frío, pero en ese momento no me importó, ya que el enojo era mi única sensación.

──¡Que farsanta eres! Ni tú te lo crees ──exclamó parándose de su asiento.

──De hecho, yo sí me lo creo ──respondí pareciendo confiada, pero fracasando miserablemente frente a los acusadores ojos de mi amiga.

Caminó lentamente hasta mi lugar, cruzó sus brazos sobre su pecho y habló:

──Sé que no quieres problemas porque tienes miedo de que Charles o algún otro chico te trate mal, o que te abandone como lo hizo Dino hace años. Una cosa que tienes que aprender, Chiara, es que no todos los hombres son así ──dio un paso adelante──. Si bien son estúpidos por naturaleza, hay chicos que siempre estarán a tu lado sin importar qué y harán todo por tu bienestar ──expuso──. Así que inténtalo. Si lo haces y sale mal, como mucho terminarás comiendo un kilo de helado en el sofá de tu casa con el maquillaje estropeado chorreando por tus mejillas, nada más.

Tu sei Saetta McQueen? | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora