13. Baladas de amor

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Montecarlo, Mónaco

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Montecarlo, Mónaco.

──Para mí no vendrá ──supuso Pierre

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──Para mí no vendrá ──supuso Pierre.

Apenas habían pasado dos tediosos minutos desde que le mandé un mensaje a Chiara diciéndole que, si quería venir con nosotros, la esperábamos en el subsuelo de la Ópera de Montecarlo.

──Tranquilo. Tardará al menos cinco minutos en despedirse del "cara de higo" y bajar por el ascensor hasta aquí, recuerda que está infestado por el público. Déjale tiempo ──dije, mientras continuaba mirando la pantalla de mi celular. Ella miró el mensaje que le había enviado, más no contestó.

──No deberíamos haberlo hecho... ──se queja el francés al mismo tiempo que se mueve impaciente en su lugar. Iba de adelante hacia atrás, como un verdadero desquiciado. Yo, en cambio, estaba relajado en el asiento del conductor, pero con la puerta abierta y mis pies fuera del vehículo.

──¿Qué cosa no deberíamos haber hecho? No matamos a nadie, ¿no? ──pregunté confundido y, a su vez, divertido. Eran pequeños los detalles que no salieron como esperábamos, así que, ¿qué era lo que le molestaba?

──Todo. Por mi parte, yo no debería haberle mentido a mi novia y mucho menos acompañarte a ese restaurante. Y tú no deberías haberte entrometido en su cita, haberle firmado las tetas y perseguirla hasta aquí. Definitivamente fue una mala elección. Arruinamos la cita de Chiara, ¡tal vez ella estaba feliz de salir con ese pedazo de mierda! ──exclamó frustrado, acariciándose la nuca para tranquilizarse.

Quizás Pierre tenía razón.

Enseguida que me enteré que mi chica iba a salir con otro hombre ─que por supuesto no era yo─, no me preocupé por las consecuencias que iba a generar, porque sólo quería verla a ella.

A partir de ahora, Chiara me odiará. Pero su cuerpo no, por suerte.

Cuando toqué la suave tela de su pantalón sin pudor alguno, en medio de esa multitud y al lado de su indeseado acompañante, su cuerpo me hizo entender cuánto le gustaba. Su respiración irregular me pedía que no frenara mis movimientos; y la energía calórica que emanábamos, verificaba que eso era lo que ella quería, que eso era lo que ambos queríamos. Nuestros cuerpos se querían unir y danzar bajo la lluvia algunas canciones de amor...

Tu sei Saetta McQueen? | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora