Montecarlo, Mónaco.
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Había pasado poco menos de un mes desde mi mudanza a Mónaco y mi vida ya se había vuelto un tanto monótona. Durante los días transcurridos, había repetido una y otra vez la misma rutina: despertarme, acompañar a Fausto al jardín de infantes, ir a trabajar, asistir a clases en línea, buscar a Fausto, cuidarlo y volver a dormir. Y, si bien disfrutaba de estas nuevas experiencias, sentía que algo faltaba en mi día a día, algo que lo condimentara, que le pusiera color.
Pero, ¿era algo o era alguien?
En los últimos años, aquella incógnita había ocupado mi mente en todo momento. Era consciente que, involuntariamente, esperaba un amor verdadero. No quería un príncipe azul, solo un hombre que pueda dejarme sin habla por sus halagos, que me haga sudar las manos del nerviosismo, que genere sensaciones de mariposas revoloteando en mi estómago, y que logre hacer latir a mi corazón más rápido que los motores de Ferrari.
Las esperanzas de que eso pasara se iban desvaneciendo con el pasar del tiempo cada vez más rápido. Estaba segura de que eso jamás sucedería. Dino lo había dejado en claro en la nota que me dejó años atrás, pues sus palabras me dieron a entender que nunca nadie podría llegar a quererme, a amarme. Y es que, ¿quién querría a una madre soltera de veintidós años?
Sin duda alguna, mi noviazgo con Dino había dejado profundas secuelas en mí. Pero sabía que no fueron hechas intencionalmente. Dino no era así.
No me agradaba recordar todo lo que había sufrido. Por culpa suya, o por culpa mía, me daba miedo enamorarme. Si recordaba sus ojos esmeraldas y sus cabellos dorados, mis manos comenzaban a temblar nuevamente, mi estómago se cerraba y mi corazón se detenía…
──¡Mamá, mamá! ¿Hoy puedo ir a la casa de Paul? ──preguntó mi hijo con sus ojos llenos de ilusión.
Él todavía no conocía la historia detrás de su nacimiento. Se lo contaré solo en el momento adecuado, porque saber qué hizo su papá no es lo mejor que puede escucharme decir.
A mi pesar, aún seguía escondiendo ciertas marcas que Dino había dejado en mi cuerpo. Tenía marcas rojas, ahora de un tono crudo por el tiempo, en mis muslos y caderas. Sé que no lo había hecho a propósito porque, a pesar de su decisión sobre la paternidad, en el fondo sabía que él era un chico bueno.
──Claro, amor. Ya le dije a su madre que por mí está bien que vayas a jugar ──notifiqué──. Paul también vendrá aquí con nosotros otro día…
No podía evitar encontrarme tan feliz de que en tan poco tiempo Fausto ya había hecho algunos amigos, era un gran avance para él.
──Gracias mamá ──dijo y luego me dio un beso en la mejilla. Los dos estábamos sentados en el sofá del living y eso le facilitaba las acciones.
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Tu sei Saetta McQueen? | Charles Leclerc
Fanfic𝗧𝗦𝗦𝗠 | Tras quedar con cicatrices, tanto físicas como psicológicas, Chiara Catalano toma la arriesgada decisión de alejarse de su ciudad natal y mudarse a Montecarlo, la desconocida capital de Mónaco. Junto a su hijo de dos años, producto de un...