16. Los niños no mienten

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Montecarlo, Mónaco

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Montecarlo, Mónaco.

Fui a recoger a Fausto a la casa de Gine cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás del mar y la luna se asomaba entre los edificios. Mi hijo pasó toda la tarde en su casa, ya que insistió arduamente en visitar a su tía favorita por al menos tres días seguidos; y yo, como madre sin tolerancia, obviamente acepté.

Fausto ama a su tía.

──Hola amor, ¿te divertiste? ──le pregunté abrazándolo. No respondió verbalmente, así que lo miré y vi como subía su dedo índice y lo movía verticalmente, diciendo que sí. Además, noté que su cara estaba oscura y triste. Algo había pasado──. Ve a buscar tu mochila ──sentencié, viendo como corría hasta desaparecer detrás de una puerta── ¿Qué pasó?

Ginevra solamente me miró y se encogió de hombros.

──No lo sé. Todo estaba bien, hasta que lo llevé al parque y se encontró con una compañerita. Al rato vino a decirme que se quería ir a casa ──explicó detenidamente, mas no de manera detallada. Faus nunca actuaba así, a él le encantaba subirse a los juegos infantiles de los parques y juguetear con todos los niños que encontrara. Era un niño agitado, y el patio de recreo era uno de sus lugares favoritos del mundo, según él mismo.

Salí de la casa de Gine con mi hijo de la mano. El pequeño, con los ojos húmedos, caminaba en silencio, y su tristeza era palpable en cada paso. Afuera, el viento frío de la tarde-noche nos envolvió, pero fue el peso emocional lo que realmente nos oprimía. Yo cargaba la pequeña mochila, por lo que abrí la puerta derecha del auto mientras Fausto se subía lentamente al asiento trasero. Luego de abrocharle el cinturón de seguridad especial para su sillita, miré por última vez el edificio con una mezcla de resignación y nostalgia. Al sentarme frente al volante, encendí el motor y dejé escapar un suspiro, dispuesta a iniciar el viaje.

──¿Quieres que comamos pollo con papas? ──encuesté mientras conducía a casa, pero él, nuevamente, no pronunció ninguna palabra. Tuvieron que coserle la boca para mantenerlo así de callado… él era conversador como su tía. Finalmente, asintió con la cabeza── ¿Todo bien? ──pregunté apenada, pues no me gustaba ver a mi hijo con esa cara. Él volvió a asentir.

Una vez llegamos a casa, preparé la cena, que consistía en algunas presas de pollo, y papas fritas smile. Nos pusimos nuestros pijamas favoritos ──el mío de Buzz Lightyear y el suyo de Mate── y nos acostamos en el sofá para ver una película, a la cual no presté atención porque estaba demasiado ocupada pensando.

¿Había hecho mal al dejarlo con Gine hoy? No desconfiaba en ella en lo absoluto, pero quizás pasó algo que no le gustó a mi hijo. Tal vez quiera volver a lo que está acostumbrado, a Bolonia. ¿No le gustaba Mónaco tanto como a mí? ¿No soy una buena madre con él?

Una cosa que Ginevra odia es cuando me cuestiono sobre cómo cumplo mi rol como madre. Ella siempre dice que lo hago bien, que le doy mucho amor, que le hago entender las cosas sin la necesidad de gritarle, y que estoy criando a un niño amigable y hermoso. Pero la duda siempre está en mi consciencia. Quizá sí hayan tenido razón las personas que me decían que no se me daría bien ser madre a tan temprana edad, que mi hijo estaría triste sin una figura paterna en su vida, que no sería capaz de cuidarlo sola, que era una puta y que solo me interesaba divertirme con chicos, que era una holgazana, y que las pocas cosas que hacía las hacía mal…

Tu sei Saetta McQueen? | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora