𝗧𝗦𝗦𝗠 | Tras quedar con cicatrices, tanto físicas como psicológicas, Chiara Catalano toma la arriesgada decisión de alejarse de su ciudad natal y mudarse a Montecarlo, la desconocida capital de Mónaco. Junto a su hijo de dos años, producto de un...
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Montecarlo, Mónaco.
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──¡Ma! ¡Mami! ¡Mamá! ──escuché aquellos gritos agudos desde la lejanía. Los pasos apresurados de mi pequeño hijo se acercaban a la puerta y cada vez se oían más fuerte.
Lo había ido a recoger al apartamento de la tía de Ginevra, Arleth, una vez hube aterrizado en tierras monegascas, luego de dos agotadores vuelos.
Mi estadía en Baréin se había caracterizado por un amistoso calor abrasador, hermosos atardeceres en la playa, comidas exquisitas con mis amigas y diecinueve monoplazas coloridos persiguiendo a Max Verstappen. No tenía nada en contra de los otros pilotos, pero había notado esa presión por ser mejor que él, incluso por parte de Charles. Gracias a este viaje, al que Kika me invitó para acompañarla, pude despejarme de algunos asuntos diarios que molestaban en mi día a día, como líos en el trabajo o exámenes importantes en la universidad.
Estaba inmensamente agradecida con Kika.
Al verme, Fausto corrió a la velocidad de la luz hacia mí y estiró sus bracitos, yo lo levanté y no tardé en estrecharlo entre mis brazos. Lo extrañé demasiado, incluso pensé que creció un poco, ¿estaré exagerando? Solo me alejé de él cuatro días...
──¡Faus! ¡Te extrañé, mi pulguita! ──acaricié su cabello lentamente, mientras él pasaba sus manos por mi rostro── ¿Te divertiste?
──¡Mucho! Jugamos a los autos con tía Arleth, también al veo-veo, también fuimos al parque y también te hice un dibujo ──comenzó a mover sus pies de un lado a otro, por lo que comprendí que quería ser dejado en el suelo; así lo hice y corrió hasta desaparecer, y cuando regresó, lo hizo con un papel entre sus manos. En el jardín de infantes había aprendido a escribir su nombre y la palabra "mamá", y justamente eso fue lo que plasmó en la hoja, junto con dibujos de una mujer, quien supuse ser yo, y un niño, Fausto.
Abracé cariñosamente a mi hijo, estando en cuclillas, y luego me dirigí a Arleth.
──Muchísimas gracias, Arleth, por todo ──la abracé fuertemente.
──No es nada. Siempre estoy libre, así que cuando quieras me lo traes... eso me hace joven ──reímos ante su comentario.
Poco fue el tiempo que pasamos juntos después de esas risas. Arleth me contó todas las actividades que había hecho mi hijo, la comida que comió y su comportamiento durante estos días, entre otras cosas. Más tarde, Fausto, Ginevra y yo nos despedimos de ella y nos alejamos de su apartamento hasta llegar al estacionamiento. Dejé que Fausto escalara el auto hasta llegar a su asiento personal, el cual había mudado provisoriamente al auto de Gine porque las maletas de ambas seguían allí, por lo que se ofreció a llevarnos a casa.
Cuando llegamos, le pregunté a mi amiga si le gustaría quedarse a comer, y ella aceptó.
──Escuché que fuiste un buen niño ──comenté mientras me acercaba a él──. Y por eso... ¡te traje unos regalitos! ──tan pronto como escuchó la palabra «regalos» se puso a saltar moviendo sus brazos. Envueltos en un papel de regalo de autos animados, le entregué el auto de juguete y la gorra.