04. Marcas violáceas

3K 239 1
                                    

Montecarlo, Mónaco.

Luego de beber una exagerada cantidad de alcohol, bailamos por poco más de una hora. Mis brazos estaban elevados en el aire mientras solamente me sentía capaz de disfrutar de la música. No la conocía, pero el ritmo latino me obligaba a mover las caderas.

Inesperadamente sentí una presencia misteriosa detrás mío, pero no me animé a darme vuelta. Segundos más tarde, sentí la calidez de dos manos al posarse sobre mi cintura y me quedé completamente quieta.

──Princesa, mueve menos esas caderas, por favor ──escuché el susurro en mi oído. La voz era tan ronca que pude apreciar una vibración en mis tímpanos, que luego se propagó por todo mi cuerpo. No giré para ver quién era, porque habría reconocido esa voz incluso si me encontraba en una habitación con mil hombres

Sin hacerle caso alguno, continué moviendo mis caderas de un lado a otro y, sin embargo, él hizo lo mismo. Inició un movimiento ligero con sus manos, que iba desde el hueso de mi cadera hasta mis casi desnudos muslos, y luego al revés. Entre tanto, apoyaba de a poco su pelvis contra mi espalda baja, pues él era más alto que yo, incluso usando tacos.

──Petite, ¿por qué no mueves tus caderas como hacías antes? ──murmuró nuevamente. Más tarde sentí la suavidad de sus labios sobre la piel de mi cuello, y me paralicé. Sus masculinas manos continuaban moviéndose lento, al igual que sus labios.

──Cha... Charles ──jadeé en su oído al mismo tiempo que recostaba la coronilla sobre su hombro izquierdo, regalándole un mejor acceso a sus besos.

Su lengua llegó fácilmente a mi clavícula descubierta, dejando un camino de saliva. Sus manos en mis muslos volvieron a su lugar inicial y me acariciaron de arriba a abajo por un tiempo infinito mientras sus rosados labios se posaban sobre un punto preciso de mi cuello: en un lunar. Justo allí comenzó a torturarme: lo besó, lo lamió, lo succionó, lo mordió y lo tiró. Mañana tendría varias marcas violáceas en esa zona, y lo sabía con certeza, pero no le di importancia.

Moví mis caderas al ritmo de la música, la cual parecía estar en español, pues reconocí algunas palabras. Parecía que a Charles le gustaba porque en cierto punto escuché un gemido casi insonoro. Mi acompañante trasladó su rostro al otro lado de mi cuello, y de nuevo hice la cabeza hacia atrás, donde continuó su venéreo acto. Me encontraba en un éxtasis absoluto, la vorágine del momento me impedía alejar mis pensamientos de otro lado que no sean la sensación de sus manos sobre mi cuerpo o la suavidad de su lengua y labios en mi cuello.

Las personas a nuestro alrededor ya no se encontraban allí, y la música era casi inexistente. Tampoco me había dado cuenta de que Ginevra y Kika se habían ido, ya que estaba sumida en mi propio momento.

Aparté la mirada un segundo y las vi sentadas en la barra de bebidas improvisada junto a Pierre y otros chicos que aún no conocía. Todos nos miraban divertidos.

Apostaría a que ellos son amigos de Charles.

──¿Por qué haces este efecto en mí? ──interpeló antes de torturarme el cuello nuevamente.

En un instante sentí una presión fuerte en mi cintura, pues sus grandes manos trataban de darme la vuelta. Cuando lo noté, le hice caso y me encontré con sus ojos de avellana que me miraban con una luz cautivadora, diferente a las otras veces. Era una iluminación de deseo, y específicamente por mí.

No podía permitirme perderme en sus ojos nuevamente, ya lo había hecho en el supermercado y nada había salido como deseaba. Aunque, ¿acaso deseaba que algo pasara? Claro que no.

Me acerqué seductoramente a él ─o a su cuello─ para dejar pequeños y húmedos besos sobre la delicada piel de su nuez de Adán. Se había afeitado hacía poco, y me gusta la sensación de encontrar diminutos vellos con mis labios. Sus manos me tiraron hacia él y aprecié el calor de su pecho sobre el mío.

Tu sei Saetta McQueen? | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora