Epílogo

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El sol se asoma tímidamente sobre el horizonte, bañando nuestro hogar con una cálida luz dorada. Es el comienzo de un nuevo día y, aunque cada jornada trae sus propios desafíos y alegrías, hay una rutina que se ha convertido en el corazón de nuestra vida diaria.

Reda y yo solemos despertar temprano, disfrutando de unos momentos de calma antes de que la casa cobre vida con la energía de nuestros hijos. Compartimos una taza de café en la cocina, conversando sobre nuestros planes para el día y recordando las pequeñas victorias de la jornada anterior.

-¿Qué vas a hacer hoy? -me pregunta Reda, mientras revuelve su café.

-Tengo una reunión con el equipo del proyecto comunitario -respondo-. Estamos trabajando en una nueva iniciativa para el parque local. ¿Y tú?

-Voy a terminar un par de diseños en el estudio -dice, con una sonrisa-. Y tal vez empezar algo nuevo si el tiempo lo permite.

Anas es el primero en levantarse, siempre lleno de energía y listo para enfrentar el día. A sus quince años, es un joven responsable y entusiasta. Después de una ducha rápida, se sienta a desayunar con nosotros con el pelo mojado, era negro y combinaba con dus ojos verdes, era una copia exacta de su padre.

-Buenos días, papá, mamá -saluda Anas, sirviéndose un gran tazón de cereales-. Hoy tengo una presentación en ciencias a primera me podéis llevar?

-Claro -le dice Reda, dándole una palmadita en la espalda.

Laila, con diez años, emerge un poco más tarde, siempre con una sonrisa soñolienta y el cabello enredado por el sueño.

-Hola -dice con voz soñolienta-. ¿Hay panqueques?

-Claro, princesa -le digo, sirviéndole un plato-. Y tu que vas a hacer hoy?

-Tengo un ensayo de la obra de teatro escolar -responde Laila, mientras unta chocolate en sus panqueques-. Voy a ser la protagonista.

La casa se llena de risas y conversaciones mientras compartimos el desayuno.

Una vez que todos están listos, Anas y Laila se preparan para la escuela. Reda y yo los llevamos en coche, aprovechando el trayecto para hablar sobre sus expectativas y preocupaciones.

-Recuerda ser tú mismo y no tener miedo de hacer preguntas -le digo a Anas mientras nos acercamos a la escuela.

-Y tú, Laila -agrega Reda-, diviértete y no te preocupes si cometes algún error. Es parte del aprendizaje.

Con los niños en la escuela, Reda y yo nos dirigimos a nuestros respectivos trabajos. Reda sigue trabajando en su estudio, un espacio que ha transformado en un refugio de creatividad e innovación. Yo, por mi parte, divido mi tiempo entre la oficina y los proyectos comunitarios en los que me he involucrado. La rutina laboral puede ser exigente, pero siempre encontramos tiempo para enviarnos mensajes y recordarnos mutuamente lo importantes que somos en la vida del otro.

-¿Cómo va tu día? -le pregunto en un mensaje rápido.

-Bien, avanzando con los diseños. ¿Y tú? -responde Reda.

-Productivo, pero extraño tu café -bromeo.

La tarde marca el regreso a casa. Recogemos a Anas y Laila de la escuela, escuchando sus historias y aventuras del día.

-¡Mamá, papá! ¡La presentación fue genial! -exclama Anas con entusiasmo-. El profesor dijo que hice un gran trabajo.

-Sabíamos que lo harías bien -le digo, orgullosa.

Laila nos sorprende con sus anécdotas y travesuras.

-Y en el ensayo, me dijeron que soy perfecta para el papel -dice, radiante.

Había salido a su madre, siempre siendo la mejor.

Al llegar a casa, nos aseguramos de que los deberes sean la prioridad, aunque siempre hay tiempo para un refrigerio y un poco de diversión.

-Anas, ¿puedes ayudarme con esta tarea de matemáticas? -pide Laila.

-Voy -responde Anas, con el cariño de un hermano mayor.

La cena es un momento sagrado para nosotros. Es la oportunidad de reunirnos alrededor de la mesa y disfrutar de una comida casera, compartiendo nuestros pensamientos y experiencias del día.

-Reda, estos espaguetis estás buenísimos -digo, saboreando la comida.

-Gracias, amor -responde Reda.

Después de la cena, siempre dedicamos un tiempo a actividades en familia, ya sea viendo una película, jugando un juego de mesa, o simplemente conversando en la sala.

-¿Jugamos a Monopoly? -sugiere Anas.

-¡Sí! Pero esta vez, prometo no hacer trampa -dice Laila, riendo.

Antes de acostarse, Anas y Laila tienen sus propias rutinas. Anas suele leer un poco, perdido en las páginas de sus libros favoritos.

-Buenas noches. Duerme bien -le digo, dándole un beso en la frente.

Laila prefiere dibujar o escribir en su diario.

-¿Me cuentas un cuento antes de dormir? -me pide Laila.

-Claro, princesa. ¿Cuál quieres escuchar hoy? -le pregunto.

-Como os conocisteis tu y papá.-responde, acomodándose en su cama.

Y ahí volvemos al comienzo de todo.

💕💕💕

Entre dos destinos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora