Desde que Clover entró a tercero de secundaria, la vida se ha tornado algo más oscura. Tareas, bullying, peleas con amigos, rebeldía, peleas con su madre... ¿ataques escolares? Como sea, el año no está siendo fácil desde que un grupo de estudiantes...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El color rojo anaranjado es lo que atraviesa mi pupila sin ningun previsto. Consigue hacerme parpadear y tener los ojos llorosos más de una vez, pero no hay nada más. La casa es bastante grande aunque con un toque rustico. Diría que es heredada o alquilada. Hay una radio reproduciendo musica de Animal Collective de forma estruendosa. Las personas parecen estar bajo el efecto del alcohol; personas vomitando en el lavadero y una maceta en uno de los inodoros puesta violentamente en la sala de estar. Hay pocas personas que reconozco. Una de ellas se llama Julian- presidente de mi curso-. Es el tipico galán que enamora a todas las chicas. Tal vez el tenga algún tipo de interacción erotica con ella. Veo a Julián y su camisa rayada rosada que resplandece por las luces neones y resalta por la música sonante. Sin embargo, el no se inmuta en verme o darme una señal de que me conoce. Es entendible; nadie lo haría. Carla o mi mamá son las únicas personas que realmente me buscarían en un cuarto bullicioso como este. Por un momento me estremezco al ver el gran paso que hay hacia un cuarto que me llama la atención. Rápidamente me dirijo hacia una esquina perteneciente a la grande cocina. Los grupos de adolescentes se concentran más en la sala del living donde los hombres insultan y las chicas sueltan gritos agudos. Algunos se están besando. Todo se siente tan inapropiado. Tan ilegal. Tan falso. Me encogí de hombros por un minuto. Observé que nadie me estaba viendo. Yo era una sombra en la penumbra irónica que se mantenía en el ambiente. Desearía que ningún ojo me viera por completo. Me encuentro en una esquina asegurándome que nadie me vea. Habían iluminaciones que permanecían en las paredes. Dejaban ver a grupos de adolescentes como si estuvieran cometiendo una orgia. Mis ojos se cruzan con las escaleras: un tipo borracho de cuarto año. No me molesto ante su presencia pero repentinamente vomita ante mis pies. Al principio me siento asqueado. Me aseguro que no haya ninguna gota del líquido verdoso transparente con un fuerte hedor. Me causa nauseas. Mis ojos se plantan en su cuerpo en posición fetal listo para confrontarlo. Pero no lo hago. Nunca lo haría. — Que h-haces a-aquí— su voz tambalea violentamente mientras trata de levantarse pero la planta de su pie produce un efecto resbaladizo debido a la previa expulsión de comida. Mi voz se queda seca. Mi boca está seca. Tengo un pequeño dolor en la garganta. Supondré que es por el frío. El chico tambalea en los escalones hasta volver a tambalear sobre el suelo. Y nadie se da cuenta de su presencia. Todos están absortos en las luces, mesas y macetas destruidas. La música es demasiado fuerte para poder escuchar voz alguna. Me siento mareado. Veo como beben mi ir en el sofá y otras personas rompiendo las ventanas. Todos están desquiciados. Incluso yo. Yo soy el más desquiciado. Ni siquiera debería estar aquí. Ni siquiera debería estar vivo. Empiezo a sudar repentinamente. Mis palmas emiten el sudor que resbala con todo objeto que lo toque. Quiero llorar porque estoy repentinamente temblando. Quiero llorar porque me siento horrible. Voy hacia una puerta que parece dar al balcón. Doy un paso y otro. La distancia es corta pero se siente muy alargada. Está más alejado de los demás. No hay ruido. No hay color. No hay pista de que existo. Solo mi conciencia perturbada que produce un persistente eco. Cuando me acerco al balcón, me doy cuenta que no hay rastro de ser humano alguno. Es como si nunca hubiese sido tocado. Nuevo, quizás, pero eso sería bastante raro para ser parte de una construcción de dos pisos. Siento el aire frío invadir mi nariz, causando un dolor cada vez que respiro. Mis manos se aferran a lo que es la estructura del balcón; un fierro negro y sumamente frío. Alzo mi cabeza para ver todo lo que hay más allá. Es hermoso; casi filosófico. Veo cada árbol desde aquí, y no solo eso, veo también las luces que se aferran en las casas para iluminar las esperanzas, par negar las malas energías. La brisa se acomoda acordé el filo del fierro toca la yema de mis dedos. Es estimulante. Empiezo a preguntarme muchas cosas, pero lo hago de forma inconsciente. Parece que no tengo control de mi propia mente, lo cual me abruma. Luego, insisto a mi mismo que todo está bien, que mañana será mejor, que cada cosa está bien. Empiezo a lagrimear y ni siquiera se por qué lo hago. Tal vez sea porque me acosan, tal vez sea porque no me defiendo. Tal vez sea porque mi madre no está, tal vez sea porque ella volverá. Quizás porque mi hermano se fue, quizás porque ya no está. Y puede ser que tan solo me odie con tanta fuerza. Puede ser que tengo miedo de lo que vaya a pasar. Y puede ser que— — Esperaba que no haya gente aquí— dice un chico riéndose estruendosamente. Tiene la cabeza inclinada hacia el suelo con una sonrisa de oreja a oreja, pero sumamente malvada. Cada diente que tiene se ve amarillo. Me asustó por eso así que me voy a la esquina de un maceta. Me percato que no está solo. Alguien detrás de él lo está acompañando. Un chico más. Supongo por un rato que cuenta con el mismo mal aspecto que el primero. Sus risas retumban con la puerta y terminan extendiéndose como una maldita migraña. Cuando aparece de las sombras, lo puedo ver. El segundo chico tiene cabello rulado. De hecho, era muy conocido para mí. Desafortunadamente, mi atención se desvió al traje con púas y con pelo rockero, acompañado del azul y rojo que vestía el primero. Era literalmente una enferma estrella de rock. Era como si estuviera viendo a algún fracasado caído en drogas que sabe tocar guitarra. Tenía cadenas y aretes que solo pude ver debido a la iluminación que venía desde más allá. De algún modo, su vibra era fuertemente estruendosa, y desquiciadamente malvada. Empiezo a temer. Empiezo a recordar todas las veces que un tipo así se ha metido conmigo. — ¿Sabes?— dice el, con una voz grave y un tono desinteresado— Quisiera una concha ahora mismo. En una esquina del balcón, puedo apreciar a la otra silueta acercándose hacia el primer chico. Aquel con el pelo rulado. Aquel con una camisa a rayas de color rojo y una cadena de metal. Y con guantes. "Espera, ¿ese no es—?" — A mi se me antoja una concha pero la de tu madre— responde el, revelando su cuerpo completo y visible ante mis ojos. El sentimiento de sorpresa me invade. Ese chico no solo es cualquier chico. Es Lauro. Es el mismo chico con el que hablé solo hace unos pocos días. Con el cual casi (literalmente) muero. ¡Mierda! Me escondo más adentro de las macetas y la esquina extensa del balcón. — ¡Joder!— exclama— No hay necesidad de ser agresivos, ¿la hay? El primer chico rockero drogado/adicto a la marihuana parece palmar la espalda de Lauro. No de una forma agresiva pero tampoco amigable. Como si se tratase de un "te voy a matar pero mañana". — No lo sé, solo quiero mi teléfono de vuelta. — ¿Tú mami te lo volvió a quitar? La conversación se pone interesante. Lauro suspira inmediatamente.— Solo cállate. El otro chico simplemente se ríe. Sus manos se dirigen a su boca simulando una risa de villano. Su pelo puntiagudo parecen espinas que están a punto de matar a cualquier persona en cualquier maldito momento. Realmente me da escalofríos. Supongo que es ese tipo de persona que grita cada vez que me cuentan un chiste. Un imbecil, en otras palabras. Mientras más su risa desaparece, el espacio se queda más en silencio como hubiese querido que este desde un inicio. Ahora, la brisa es lo único que hace ruido y el fierro frío. Lauro se queda apoyado por uno de las barras del balcón, viendo con una mirada combinada entre desinterés y a la vez gracia. El viento hace que cada rulo de él se ondule sobre la atmósfera del silencio. Cada mechón de su cabello parece desvanecerse en la oscura y espesa prenumbra con la que cuenta. Veo desde la punta de su pelo marrón hasta las raíces de su cabeza. Luego, su cara. Cuando le presto atención, puedo apreciar una expresión en su cara. Está triste. Su expresión lo dice todo. Empiezo a liberar mi cuerpo acordé los segundos pasan. Parece haberse quedado en un estado de ensoñación el cual no puede despertar. Aunque muchos pensamientos pasen por mi cabeza, trato de escapar de ahí lo más rápido posible. Supongo que iría a otro lado donde no haya gente, menos si es el. Tomo aire y decido tomar la oportunidad. Veo cada uno de sus parpadeos. Me preparo para correr lo más rápido que puedo. Uno, dos,— — Te puedo ver— susurra—,gran idiota. Mi sangre se sube a mi cabeza fría. Mis manos se paralizan. De hecho, todo mi cuerpo se paraliza. — No tiene sentido que te escondas, Clorencio. Me paro de la furia.— Mi nombre es Clover, maldita perra. Me toma unos segundos para darme cuenta de que mi escondite ya no me sirve como escondite y que en realidad estoy aquí, parado sobre el suelo y encima insultando a un chico que ni siquiera conozco. Medianamente genial. Lauro se queda mirando atónito ante el conjunto de palabras que acabo de decir. Puedo ver su collar y su pelo largo moviéndose de forma muy peculiar. Su piel pulida y la forma de su cara. Nació para ser una estrella de rock. Diría que es la personificación de Bob Jovi. — ¡Wow! Tienes bolas, eh. Ambos estamos en esquinas opuestas, como en una pelea de ring. Estando en el campo tratando de atacarnos con la intimidación. La fiesta parecía ahora menos intensa que antes, ahora solo nos acompañaba el ruido de los grillos y la existencia de los frondosos árboles. Lauro deja de sonreír cuando se da cuenta que yo estoy serio. Tartamudeó firmemente.— Tal vez. — Oh, ya veo— dice. Inmediatamente sus puños se cierran y empieza a dirigirse a mi—. Eres un niño muy valiente. Me quedo pegado como un gato, arrepentido y sintiéndome resignado a los puñetazos que aparentaban llegar. Empeze a sudar con rapidez ya que no sabía cómo planear alguna estrategia para salir de ahí. Correr no era una opción viable, terminaría como cobarde, pero sería mejor ser un cobarde que ser una montaña de carne molida. — ¡Lárgate!— dejo la faceta de valiente para recurrir a la de una gallina. "Mierda" pienso. Lauro simplemente para. Abro mis ojos después de haberlos cerrados del miedo. Veo su silueta gracias a la luz morada que se emite a través de la puerta. Puedo ver cada detalle de él, como si fuera la primera vez. — La última vez que te vi fue cuando casi morimos— susurra. ¿Porque susurra? ¿Acaso no sabe que unos drogadictos jóvenes en culto están a un piso debajo de él?—, ¿no es así? Asiento tembloroso. Me siento avergonzado y toda esta situación es humillante. Murmuró un quejido. Lauro se ríe.— Está bien, está bien. No pasa nada. No hay razón para hacer pelea, ¿la hay? Extiende su mano con la intención que me levante de mi esquina, esperando que confíe en él. — ¿Actúas como si no hubiera pasado una mierda, hijo de puta?— digo. El no responde. Simplemente deja de extender su mano derecha. — Realmente eres una mierda— afirma. — Pues debo ser un impecable espejo, majestad. Baja la voz y voltea con prisa.— Oh, Clarence— — Es Clover, sordo. — ¿Careces de pensamiento crítico o piensas que soy realmente idiota? Dudo en que responder. — ¿Hay una tercera opción? Se ríe otra vez. Su estruendosa y estilosa risa con sus manos en el bolsillo que lo hacía ver maldita mente bien retumbaba en mis oídos como cualquier canción pegadiza. Yo estaba irritado y molesto conmigo mismo. Quería tirarme del balcón. Pero iría al infierno. De todas maneras lo iría. — Mira, iniciamos mal ¿ok?— comentó gentilmente— Simplemente mi culpa. Déjalo así. No se como continuarlo. Se sintió tan bien insultarlo, lo cual suena raro. Lauro ahora está más cerca y estrecha su mano hacia mi en forma de paz. — ¿Paz?— me dice. Estoy frustrado. Ni siquiera sé porque está pasando esto. Lo único que me queda es aceptarlo y después largarme a algún otro lado donde no haya ningún idiota. Prefiero estar con los grillos en la oscuridad del bosque. Veo la mano de Lauro; tiene un anillo y un bracalete de perlas negras brillantes. Se veía tan lisa que fácilmente podría decir que era de una señorita. Me río por eso último, pero me acuerdo que yo soy la personificación de una escoba. — Esta bien— digo y suspiro—. Está paz insensata esta bien. Ambos estrechamos nuestras manos y las agitamos rápidamente. El ahora no parece ser un maldito gangster, ahora parece cualquier chico fan de las bandas con una sonrisa leve. Se ríe entre dientes. Yo me quedo con una expresión seria y fría, sin decir nada. — Solamente me largaré— digo finalmente. — ¿Por qué? — Por qué quiero estar solo. Carcajea.— ¿Estoy siendo mala compañía? Lo miro de arriba a abajo.— ¿Tu qué crees? Ambos nos quedamos en silencio hasta que el rompe en un ataque de risa. Me sorprendo por lo repentino que fue eso. Estaba retorciéndose de lo gracioso... ¿pero qué era gracioso? No había nada de que reírse, pero el lo estaba haciendo. Estaba yo dudoso, ¿como puede ser alguien tan cambiante? Pero al mismo tiempo reflexioné: quizás esto si era gracioso, pero yo no lo había notado. — ¿Porque te ríes? El se levanta a ligeramente mientras expulsa sus últimas risas.— Nada, nada... es que— traga saliva— Rick es un hombre que no se ríe demasiado. — ¿Quién? ¿Tú amigo el de la púas? — Aja— afirma. Lo quedó viendo. Empiezo a pensar que hay algo raro en el, o en su amigo. Es raro, lo se, pero yo también lo soy y todo el maldito mundo lo es. Todo es raro. — Parece un cuerpo espín. El asiente.— Punk. Me doy media vuelta y me apoyo en el balcón por alguna razón. Veo todo el paisaje; es hermoso pero me dan ganas de llorar. Quisiera tenerlo para siempre, pero lo odiaría por la rutina. — ¿Que ves?— el pregunta — Mirar lo lejano. El también se inclina en el balcón y ve las luces del pueblo y su contraste; la oscuridad densa verdosa de los árboles. Sus ojos se perdieron en el brillo y la imaginación de lo observable. Se veía majestuoso. Sugerí mentalmente que quizás la situación de la que habíamos pasado nos había cegado de esto. Belleza. — Eso no tuvo sentido. El se percata de que estoy hablando luego de estar absorto en aquella exhibición. — ¿Ah? Suspiro.— Todas las veces... bueno, las "pocas" veces que nos hemos visto o encontrado. Nos hemos hecho estúpidos conflictos. Lo siento. — ¿Porque te disculpas? — Porque me siento culpable de eso. — No deberías disculparte. Veo más abajo; jóvenes y botellas de alcohol. Perdición. — ¡Estamos condenados!— gritó repentinamente. Y el eco que lo envolvió fue hermoso.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.