Nueve (1)

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Físico.

Dos semanas pasaron, era fin de semana cuando me pareció que había transcurrido una cantidad de tiempo razonable como para invadir el lugar en el que vivía. No casa, no hogar, solo lugar en el que se vive. No había manera de que se considerara un hogar. Era miércoles cuando empecé a plantearme la idea de ir a visitarla realmente (solo para asegurarme de que estuviera bien.)

Una vez que fue sábado me dediqué a buscar razones para no arrepentirme, pues me intimidaba la idea de que le molestara. El sol había empezado a esconderse cuando por fin me decidí por salir de mi casa e ir hacia la suya.
Entre una de esas tardes que caminamos de regreso sentí curiosidad por cuál era su casa exactamente así que, para mí buena suerte, conocía qué puerta tocar exactamente.

Caminé hacia allá con el corazón en la mano, le eché un vistazo rápido a los exteriores del lugar. Estilo americano, dos plantas, paredes blancas y un jardín bien cuidado, quien sea que diseñó esta casa debe tener buen gusto arquitectónico y botánico.

Me detuve frente a la puerta y escuché llanto de un niño al otro lado, inhalé todo el aire que pude y solté un suspiro tan profundo que me sorprendí, luego estuve titubeando quién sabe cuánto tiempo sobre si tocar la puerta o el timbre, estaba realmente nerviosa.

Cuando por fin me animé y golpeé la puerta el ruido del llanto cesó pero no obtuve respuesta, volví a tocar pero esta vez grité

—¿Vera? —Sin respuesta — Soy Isabelle, ¿estás ahí?—Aún nada.

Deben haber pasado un par de minutos cuando por fin escuché que quitaban el seguro, la puerta se abrió lentamente y fue ahí cuando la vi. Maia estaba de pie frente a mí, pero me congelé cuando vi su rostro.

Tenía un moretón en el pómulo izquierdo, miré hacia abajo notando que sus brazos y piernas se encontraban en el mismo estado deplorable, su nariz tenía una herida abierta al igual que sus labios pálidos.

Ella se mantuvo inmóvil observando el suelo mientras yo la examinaba con la mirada, luego de unos momentos preguntó

—¿Qué mierda quieres?

No contesté, de hecho sus palabras ni siquiera me las tomé en serio, lucía muy lastimada así que su actitud no me sorprendía realmente.

Estiré mi mano y toqué su rostro, soltó un quejido de dolor pero no me detuvo. Fue como si con una caricia la hubiese desarmado, pues aunque al inicio parecía estar enojada y a la defensiva, ahora solo irradiaba tristeza y desesperanza.

—¿Qué sucedió? —Le pregunté, aunque normalmente pienso bastante rápido, en ese momento no se me ocurrió nada. No tenía teorías, solo preocupación.

Fue en ese instante que ella pronunció cinco palabras que me causaron dolor durante mucho tiempo, aunque en ese momento no las entendí realmente.

—Debía suceder, esta soy yo.

Junto al lunar bajo su ojo y que antes adornaba su rostro limpio ahora había una lágrima, Vera había empezado a llorar. Mantuvo su mirada hacia el suelo incluso mientras lloraba, di un paso más y la abracé.

Ella, quien solía expresar poco sus sentimientos, se encontraba llorando en mi hombro.
Ella, quien solía comportarse como un adulto, parecia un niño asustado entre mis brazos.
Ella, quien la mayor parte del tiempo parecía no temerle a nada, lucía aterrada.

De repente escuché una voz femenina que provenía del interior de la casa.

—¿Vera? ¿Estás con alguien?

No entendí las razones, pero Vera pareció ponerse en estado de alerta y rápidamente me tomó de la mano para, sin decir nada, alejarnos del lugar.
Acabamos en un parque, su llanto había cesado y nos mantuvimos en silencio durante minutos que me parecieron eternos. Mi concepto del tiempo era lo que menos importaba.

Sentir sin sentir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora