~Capitulo 13~

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|HERIDA|

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|HERIDA|


Dicen que el hilo rojo es invisible a simple vista, pero conecta a dos personas destinadas a encontrarse. Es un lazo invisible que une a dos almas, sin importar el tiempo, la distancia o las circunstancias. Yo no creía en el hilo rojo hasta que te conocí y supe que era verdad.


Era una locura, apenas llegamos Azrael se encerró en el despacho junto a Aurelio, me quedé con mi madre en el jardín trasero de la mansión. Ella podaba algunos rosales. Me senté en una banca de cemento, y solo la miré para distraerme. No pasó mucho cuando el auto deportivo de Azrael salió a toda prisa.

—¿Qué pasa entre Aurelio y Azrael? —Decidí preguntar.

Ella suspiró.

—Tienen una relación tensa.

—Eso lo sé, solo que Azrael parece que odia a Aurelio, y él no se queda atrás.

—Yo he tratado de que ellos se lleven bien, porque no quiero ser la causa del odio entre ambos.

—¿Por qué lo dices?

—Solían ser unidos antes del divorcio de Aurelio y Patrizia.

—¿Patrizia…?

—Así se llamaba la difunta madre de Azrael.

—¿Y qué pasó?

—Hay resentimiento, Jae. Eso es lo que Azrael da a entender, pero Aurelio… no entiendo porque trata a su hijo de esa forma. Debería de quererlo, es su único hijo después de todo. Su heredero —Hace una pausa. Ella tiene el semblante decaído—. Por cierto, ¿qué hacían juntos?

Continuó cortando las ramas mientras cantaba una canción, un clásico, una de sus favoritas. El viento sopló y agitó nuestros cabellos. Puse mis manos sobre mi regazo y un inevitable sonrojo se extiende por mi cara. Soy pésima para las mentiras, durante esta semana hemos tenido una que otra discusión. Nada comparado a cuando éramos dos niños que por poco se sacan los ojos.

No puedo llegar a decirle, estuvimos en el estudio donde Azrael… y yo… bueno. Ya se sabe como terminamos. ¡Ah! ¡Qué idiota! Ahora que tengo la mente fría, me entran unas ganas de desaparecer por lo sucedido.

—Nada. Estuvimos… con los chicos.

—Me alegra que te estés interesando en hacer nuevas amistades y que se estén llevando bien. No tienen que ser cada que estén juntos como perros y gatos.

—Ajá.

—Siempre y cuando usen protección por mí no hay ningún inconveniente.

Me atraganto con mi propia saliva.

—¡Mamá! —chillo. Por Dios, se me hacía extraño que no había soltado uno de sus comentarios llenos de imprudencia—. ¿Protección? Ni que nosotros… —entrecerró sus ojos, enmudecí.

Sonrisa rota de cristal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora