~Capitulo 20~

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|I LOVE YOU|

JAELYN

Nunca me han gustado los hospitales.

Son lugares sombríos donde muchas personas están luchando en esa cuerda invisible de la vida o la muerte. Tengo mala experiencia con ellos, de pequeña, cuando mi abuela enfermó la tuvieron que internar en uno. Dede ahí, supe que ese ambiente estaba cargado de incertidumbre y tristeza. Recuerdo las luces brillantes y frías, el olor a desinfectante que parecía envolverlo todo, y los murmullos apagados de las enfermeras y los médicos, que esperan un diagnóstico para esas familias que guardan esperanzas.

Mi madre solo me dejó visitar a mi abuela dos veces, decía que los hospitales no es para que los niños estuvieran correteando, que si lo quería hacer para eso existen los parques. Como si ella fuera una mujer de sacarme al parque, su tiempo se reducía a pelear con mi padre, bueno el que creí que lo era. A mí me valían sus regaños innecesarios, me divertía tanto con la abuela que me daba el valor suficiente para sacrificarme, con ella todo se sentía mágico. Me leía cuentos, me cantaba canciones, con ella horneaba pasteles y me sentaba en la silla para que hiciera peinados en mi cabello.

Era muy pequeña como para recordar su rostro a detalle, y los pocos recuerdos que reserva mi mente los guardo en lo más profundo de mi corazón.

Ahora estaba en un hospital después de años.

Aurelio llevó a Azra al hospital de inmediato, para que el veneno no hiciera su efecto, aunque lo hizo vomitar gran parte de ese líquido. Mi madre no dejó que estuviera con ellos y me recomendó que fuera a tomar una siesta para volver en la mañana del día siguiente. Sería un caso perdido si me podría a protestar para quedarme, al final Aurelio se le uniría y me sacarían del hospital.

Apenas desperté me fuí directo a saber cómo estaba el chico que me gusta y me saca de quicio por su forma de ser. Se cree que es un dios griego y que todos los que lo rodeamos envidiamos su "belleza" Su madre fue una verdadera guerrera, lo soportó durante veintiún años. Tuvieron que darle un Óscar.

En la recepción una enfermera, una mujer de sonrisa amable y cabello rizado me indicó en que habitación lo tenían. Su habitación es la trescientos seis. Al abrir la puerta, el olor a desinfectante me golpeó, pero lo ignoré. Allí estaba él, quedo suspendida sin moverme de la puerta y el pasillo. Hay un intercambio de palabras entre él, el francés y una enfermera. Cierro la puerta sin que ellos notaran que había llegado.

—¡Tienes que comer, niño estúpido!

—¡No lo obligue! —Andrea le apartó la cuchara que sostenía la enfermera.

—¡No voy a comer esa comida! —protestó Azrael.

—¡Tienes que comer, y tú no te metas mocoso! —Eso último se lo dijo al francés, que jadeó indignado.

—¡¿A quien llamas mocoso!?

—Al mocoso que lo pregunta.

—No lo llame mocoso —Enarco una ceja, sorprendida. Pensé que lo defendía hasta que agrega—: Solo yo puedo insultarlo, no me robe mi lugar.

—Que gran ayuda —murmura con sarcasmo el francés.

—¿Pueden dejar de gritar? —Renzo se cubre sus oídos, metiéndose.

—¡Esa señora molesta a nuestro Azraelcito! —Andrea señala, y atrae a Azrael a su torso como si estuviera protegiendo a un niño pequeño.

Azrael le pega un manotazo.

Sonrisa rota de cristal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora