~Capitulo 18~

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(En este cap, narran ambos protagonistas. Solo he revisado el capítulo una sola vez, disculpen las faltas).




AZRAEL MARCHETTI

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Meses antes.

Cuando regresé a Italia mis planes eran sacar mi carrera universitaria, mantenerme al margen con Aurelio y su familia e independizarme para estar lejos de ellos.

Nada fue así.

La noche anterior hacia un repaso de lo que llevaba en mi maleta. Llevaba media docena de sudaderas, mis pantalones y uno que otro producto de uso personal. ¿Había guardado la foto de mamá? Abrí la maleta y rebusqué, suspiré aliviado. Eso era lo más importante que llevaba. Sentí un nudo en el estómago. Aquel viaje no solo significaba regresar a mi país, sino también enfrentar a Aurelio y su familia de nuevo. No sabía si podía soportar el peso de su mirada, la expectativa que siempre había estado presente en cada encuentro. Trataría de mantenerme distante, de no dejarme envolver por sus problemas, pero sabía que era más fácil decirlo que hacerlo.

Apreté mis manos sintiendo como mis uñas se clavaban en la piel. La tensión crecía en mi interior, como un volcán a punto de estallar. Cada recuerdo de Aurelio y su familia se desbordaba en mi mente, volvería a verla a ella.

—Hola, ¿como te llamas? —Me había preguntado la niña con dos coletas altas. La escaneé de arriba a abajo y resoplé.

—¿Qué quieres?

—Estoy preguntando tu nombre, maleducado. ¿Tus padres no te enseñaron los modales? —Mis mejillas ardieron, aparté mi mirada de ella.

—Que te importa, niña estúpida.

—Y tu eres un idiota.

—Vas hacerme llorar con tu gran insulto—ironizo.

—Qué estás haciendo —Se inclinó curiosa hacia el retrato que pintaba—. ¿Eso es un dibujo?

—No, estoy jugando a las muñecas —respondí sarcástico.

—Eres pesado.

—No más que tú, créeme.

—Yo solo quiero ser tu amiga.

—Yo no. Vete, niña. Eres molesta.

—¿Eres hijo de Aurelio?

—Si. Su único y verdadero hijo.

Ella notó de inmediato el hincapié que hice. Nunca la vería como algo más que una niña que se está robando mi lugar. Ojalá y mi padre se retracte de su decisión de haberla adoptado.

—¿Por qué te importa tanto? —preguntó, frunciendo el ceño—. No tengo la culpa de lo que decida tu padre.

—No, pero tienes la culpa de estar aquí, ocupando un espacio que no te pertenece —respondí, sintiendo la rabia crecer en mi pecho.

—Tal vez si me dejaras mostrarte quién soy, lo entenderías —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. Infló sus mejillas llenas de pequitas claras. Se veía tierna luciendo molesta.

¿Qué diablos estoy pensando? Yo la odio.

—¿Mostrarme? ¿Qué vas a hacer? ¿Hacerme un dibujo mejor que el mío? —repliqué, desafiándola.

Sonrisa rota de cristal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora