~Capitulo 17~

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|FARFALLA|

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Eres mi arma de doble filo, capaz de amarme o destruirme. Tú eliges.




Tiré el borde de las mangas de mi suéter para cubrir mis manos heladas por el frío. Azrael a mi lado me lanzó a la cara su chaqueta con brusquedad para que me protegiera del frío con ella. Tanto romanticismo en él se desprende por cada uno de sus poros. Ya se me hacía extraño su manera de ser pasada, volvió con su actitud distante. Observaba por la ventana mientras el taxista nos llevaba a casa. Quise sacarle conversación, no fui capaz de articular ninguna palabra.

Me hundí en mi asiento, sumergiéndome en mis pensamientos. Tengo que decirle a Chiara sobre lo de su madre. Esa mujer cree que porque venga a amenazarme le tendré miedo. También está lo de Aurelio con lo que tuvo con mi madre, con Carla Greco. Espero y no sea lo que estamos pensados que es. No soportaría la idea.

—¿Tomas antidepresivos? —hablé, rompiendo con el silencio. Se giró a mí con el ceño fruncido y ligeramente sorprendido.

—¿Quién te lo dijo?

—No importa, solo responde.

—No —susurra—. Ya no.

—¿Ya no? ¿Los dejaste de tomar por tu cuenta? —asintió—. ¿Por qué?

—No lo entenderás —Se centró de nuevo a ver por la ventana del auto—. No comprenderás lo que se siente sentir tristeza y no poder llorar, solo ese vacío en el pecho pero sin lograr derramar ninguna lágrima. Era una tortura no poder dormir bien porque me causaban insomnio, irritación y no podía… nada.

—Continúa —le insto a seguir, él se aclara la garganta, incómodo.

—No me podía excitar —Baja la voz.

—Ah —Eso le suceden a las curiosas. Suelta un resoplido.

El taxista nos deja afuera de la entrada de la mansión de los Marchetti. Azrael paga y sus dedos se clavan en mi espalda baja para que avance.

—Bienvenidos a casa —Nos saluda Mario con una enorme sonrisa. Azrael entra el interior de la casa sin siquiera devolverle el saludo, yo le sonrío—. Su padre esperaba por su llegada.

Mi cuerpo se tensa, mi corazón se acelera, no me gusta esto.

—Pero si es el gran Aurelio Marchetti —ironiza Azrael cuando pongo un pies en la sala. Aurelio viene bajando las escaleras con sus manos dentro de sus bolsillos de sus pantalones costosos.

—¿Dónde andaban? —sus ojos se clavan en los míos y regresan a los de Azrael con un deje de diversión.

—No es asunto tuyo —escupe Azrael.

—Oh, si es asunto mío —replica él, terminando de bajar. Se pone delante de Azrael y lo toma de la muñeca con fuerzas. Aurelio es un hombre alto, corpulento y con una presencia que impone respeto—. Siempre he estado interesado en los asuntos de mi familia —continúa, su agarre se vuelve más firme—. Especialmente cuando se trata de mi querido hijo y sus decisiones.

Sonrisa rota de cristal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora