i | Joven Blythe

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¡TORY! Te doy diez centavos si preparas unas galleras hoy —ofreció Víctor entrando a mi habitación sin tocar.

Tomé una fuerte respiración cuando me percaté que había cerrado el libro sin poner un separador por el susto.

— Eres molesto —chillé.

— Vamos... Son diez centavos. ¿Sí...?

Rodé los ojos, sacando las monedas de su mano antes de que se arrepintiera.

— Bien. ¡Pero las haré del sabor que yo quiera!

— ¡Sí, sí! ¡Gracias! —exclamó revolviendo mi cabello.

— ¡Víctor! —regañé, pero no pude hacer gran cosa cuando salió de mi habitación sin cerrar la puerta.

Los rayos de sol traspasaban las delicadas cortinas blancas que danzaban por fuera con las corrientes de aire. El alfeizar está manchado con gotas de pintura por todo el marco y el Señor Jack, mi gato persa, jugaba con su cola esponjosa. Había sido mi regalo de cumpleaños número nueve unos meses atrás.

Arrastré la silla de mi escritorio para levantarme, no sin antes ocultar las monedas con las demás y me dirigí a la cocina. Por el ventanal vi a mamá sacudir la ropa para colgarla, cuidando de los recién nacidos pollitos, que picoteaban el suelo.

Ya tenía pensado hacer unas cuantas galletas el día de hoy. Así que fue un ganar-ganar para mí recibir dinero extra.

Víctor insiste en afirmar que mis galletas son las mejores. Yo no lo creo, las de mamá son exquisitas, sobre todo sus panecillos. Fue ella quien me enseñó a hornear y me dio permiso de usar la cocina cada que quiera preparar algo. Siempre y cuando limpie y organice mi desastre.

— ¡¿Mamá, has visto mi pelota?! —gritó Víctor desde la ventana.

— En el granero, cariño.

Oí un agradecimiento y la maldición de mi hermano al resbalar por las escaleras.

Es todo un caso ese niño.

— Mmm... Huele bien, princesa —murmuró papá entrando a la cocina y dejando su maletín en la puerta. Estaba segura de que se tropezaría con él al salir.

— Gracias. Hago galletas para Víctor.

Papá asintió sin prestar mucha atención y salió por la puerta trasera directo a mamá. Corrí a la ventana para ver a papá asustar a mamá, que no dudo que perseguirlo por el jardín como jóvenes enamorados entre risas y besos. Me encantaba que después de tantos años juntos ellos se aman más que el primer día.

Tuve que apresurarme a hornear ya que la masa empezaba a cuartearse. Las galletas serán de canela, mantequilla y un toque de vainilla (que robé de la reserva especial de mamá). Todos mencionan que soy perfeccionista, yo prefiero llamarlo... Bueno, perfeccionismo. Me gusta la tranquilidad de saber que todo está lo más simétrico y en proporciones iguales.

Las redondas galletas salían del horno, inundando la casa de su maravilloso olor y me sacó una sonrisa ver que tenían un bonito color dorado en las orillas.

Escuchaba a Víctor jugar con su nuevo amigo de la escuela y nuestro vecino cerca del granero persiguiendo la pelota y gritando cuando anotaban puntos. En un punto, papá se autoinvitó y estaban los tres intentando perseguir la pelota.

Mamá preparaba un poco de té frío a mi lado, tarareando una melodía alegre y de vez en cuando tomaba mis hombros y me obligaba a bailar con ella.

— Cariño —me llamó.

— ¿Sí, mami?

— Puedes llevarles la bebida y unas de tus galletas. Estoy segura de que tu padre necesita algo dulce antes de que se desmaye.

Reí, asintiendo, mientras colocaba las galletas en un plato y balanceaba la pesada jarra en mi brazo libre.

— Gracias, Victorie.

— No es nada —respondí, dejando que me ayudara a abrir la puerta. Como lo tenía previsto, papá se había sentado en el pasto, aspirando aire ruidosamente y se secaba el sudor de la frente, mirando a los niños.

— No entiendo cómo pueden seguir corriendo sin cansarse.

— Se llama vejez, papá. Eres viejo.

Mi padre jadeó ofendido, pero me perdonó cuando le serví un poco de té. Me senté a su lado mientras le hablaba de las clases con mi nueva tutora y él me explicaba algunas dudas sobre historia.

— ¡Gilbert!

— ¡Lo siento, me distraje! —se disculpó el niño que se había quedado quieto a la mitad del campo.

Mi hermano me llamó para que me acercará y eso hice, llevando la pesada jarra conmigo. No intenté correr, ni trotar, solo caminé para llegar evitando mirar al niño que por alguna extraña (e incómoda) razón no dejaba de mirarme.

— Tory, él es mi amigo Gilbert Blythe. Va en la escuela conmigo. Gil, ella es mi hermana menor, Victorie.

— Hola —murmuré.

— No vas a la escuela —afirmó con una exhalación.

— ¿Ah? —incliné mi cabeza—. Eh..., no. Estudio en casa,

Víctor miraba nuestra rara conversación como un partido sin comentar nada.

— Ah, ya. Gilbert soy —sacudió su cabeza y sus mejillas se prendieron— Soy Gilbert. Gilbert Blythe.

Apané los labios para no soltar la risa que amenazaba.

— Pues un gusto, joven Blythe.

— Solo Gilbert.

— Te llamaré por tu nombre el día que seamos amigos.

Gilbert desvió la mirada a sus pies cuando sonreí y se apresuró a tomar la jarra. Lo agradecí mentalmente, estaba segura de que se me hubiera caído en cualquier instante.

— Permítame ayudarle.

Víctor soltó una carcajada que llamó nuestra atención a él. Nos ignoró con un gesto de mano y sirvió el té en un par de vasos que tenía en el bolsillo de mi vestido.

— Sí... Yo debo irme—despedí, cargando la jarra vacía—. Vic, dejé las galletas sobre la mesa. Son todas... suyas.

— Gracias, Tory.

— Fue un gusto, joven Blythe.

— ¡No me rendiré hasta que me llames por mi nombre!

— ¡Buena suerte con eso! —grité cuando ya estaba lejos.

Ni mi rindirí histi qui mi llimis pir mi nimbri — oí murmurar a mi hermano.

— Oh, detente.

— ¡Buena suerte con eso, joven Blythe!

— ¡Víctor!

Apresuré mi caminata con la cara caliente.

Ojalá hubiera sabido que se tomaría muy en serio el poder llamarlo por su nombre y que cada vez que visitaba a mi hermano no dejaba de intentarlo.


With love, Freddie.

JUST YOU | Gilbert BlytheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora