viii | Baile de medianoche

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SALÍA DE MI CASA PARA RECOLECTAR HUEVOS, cuando vi a Gilbert entrando a nuestro terreno con las manos enfundadas en sus guantes.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté, acercándome a él—. Es temprano.

— Buenos días, Tory —dijo, dejando un beso rápido en mi mejilla.

— Buenos días —agregué con una sonrisa apenada. Sabiendo que me seguía, fui al gallinero a recoger algunos huevos (más unos extras de lo previsto ante su presencia mañanera) y preparar el desayuno.

— No me has dicho que haces aquí —repetí.

— Vengo a hablar con tu padre —respondió moviendo sus manos con nerviosismo—. Lo pensé toda la noche y quiero pedirle que me deje ser tu novio como se debe.

Con sus buenos reflejos, Gilbert tomó el huevo que salió de mis manos al oírlo.

— ¿En serio? —chillé. No lo dejé responder, tomé su mano, la canasta en la otra y lo arrastré a mi casa, antes de subir el pórtico bajé la velocidad hasta detenernos—. ¿Estás seguro?

Gilbert tomó mi mano y abrió la puerta con confianza.

— Lo estoy.

Paddy corría por la sala con solo pañales y reía maliciosamente cada que se escurría de los brazos de mis padres.

Gilbert alzó una ceja y ocultó la risa.

— ¿Papá? —carraspeé avergonzada de la escena— Hay visitas.

Papá se detuvo al oírme y giró la cabeza nuestra dirección.

— Gilbert, hijo. ¿Cómo estás?

— Buenos días, Edward.

JUST YOU | Gilbert BlytheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora