VIII: Embuste

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—¿Por qué estás tan jodidamente sonriente? —Con los ojos entrecerrados, observa al risueño pelirrojo que tiene al lado.

—Han pasado casi tres años desde que no compartimos el mismo auto. —El pelirrojo se expresa con sinceridad sin quitar la vista de la carretera, haciendo al corazón de Katsuki envolverse en una tela de calidez y avergonzarse por ello.

En vista de no saber cómo lidiar con los problemas de su cabeza y corazón, se refugió en su carrera como héroe profesional, presentándose para misiones que lo mantuvieran alejado de sus destructivos pensamientos. Había seguido de esa forma por aproximadamente un año y medio, hasta que tuvo la mala suerte de presenciar algo que estuvo a punto de derrumbarlo por completo.

Era él, sentado en una mesa para dos al pie de una cafetería en una plaza. Llevaba una sudadera crema con capucha, tomando una postura en la que su cabeza se acunaba sobre sus brazos cruzados por encima de la mesa. Parecía estar esperando a alguien, y aún no sabe el por qué, pero su cuerpo quiso seguir observando al menor aunque tuviera deseos de autodestruirse por la pared invisible que él mismo había creado y le impedía avanzar. En aquella ocasión, se había dado el tiempo de analizar incluso el más mínimo detalle de su crecimiento. Su esponjosa y glauca cabellera estaba un poco más larga, pues era consciente de que en algún momento lo rebasaría en altura pero, no creyó que fuera a alcanzarlo tan pronto. El adorable y dulce niño que tuvo la dicha de conocer en la peor etapa de su miserable vida, creció para convertirse en un noble y atractivo joven de 16 años. Ya lo había observado lo suficiente como para cerciorarse de que estuviera bien. Sabía que debía retirarse o su inútil cuerpo lo desobedecería otra vez.

Entonces y seguido de su llegada, pudo ver a una linda joven que se acercó sigilosamente hasta llegar a espaldas del pecoso. Sintió algo en su pecho que comprendió a la perfección en el momento en que pudo escuchar y observar las genuinas risas de ambos al encontrarse, y aunque su interior le gritaba desesperado por salir, usó su poco raciocinio para retirarse del lugar. Aún con el corazón hecho añicos, su cabeza trató de consolarse insistiendo en que había hecho lo correcto.

«Sí... Izuku merece estar con alguien de su edad. » se dice, pues la única verdad que lo mantiene coherente es que el pecoso necesitaba a alguien que pudiera enseñarle a ver la realidad de una forma diferente. Alguien que no le tuviera rencor al mundo en el que nació, pero sobre todo, alguien que no osara lastimarlo como él lo había hecho.

Después de golpearse internamente por lo que sentía y hacía a su cuerpo querer acuchillarse, comenzó a buscar y ponerse de referencia para misiones que necesitaran de héroes en el extranjero. Ya no le importaba nada más que permanecer lejos de lo que tanto dolor ocasionaba en su corazón, pues huir se había vuelto vital para mantener cuerda su cabeza.

Todo parecía ir de acorde a lo que esperaba dentro de su mísero existir. Fuera de Japón, los civiles no trataban de usar su voz de mando con él o soltar sus asquerosas feromonas. Había comenzado a acostumbrarse a vivir de esa forma: escapando de sus estúpidos sentimientos.

Al cabo de un tiempo, recibió una circular de parte de la agencia, requiriendo su presencia para una conferencia en Japón. Lo supuso, pues a pesar de que estuvo alargando unos cuantos meses su estadía en el lugar, ya no tenía trabajo con el que cumplir en Estados Unidos. Se había infiltrado correctamente y la policía pudo detener a los líderes de la banda que tantos estragos había ocasionado en el interior país, así que no le quedaban más excusas para quedarse.

Pronto las llamadas y mensajes de sus amigos comenzaron a agotar la batería de su teléfono, y a tanta insistencia del pelirrojo por recogerlo del aeropuerto, a regañadientes —porque llegaba de madrugada— tuvo que aceptar.

¡Espérame, Kacchan! [DekuBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora